Imaginemos este sonido: crac, crac, crac… muchos cracs rápidos e iterativos debajo de la banda de rodamiento de unos neumáticos todo terreno atravesando la salina de Llancanelo a una velocidad 60 o 70 km/h. La sal cristalizada cruje, se parte, se levanta eyectada por el dibujo de las cubiertas, vuela en partículas y deja asomar vestigios de humedad limosa a escasos centímetros de una superficie tan bruñida por el paso del tiempo que parece virgen. Todos manejamos tensos, nerviosos, la adrenalina fluye, las camionetas amenazan con irse de cola. Derrapan y vuelven al dibujo.

“Avancemos en segunda de alta, a unas 4.000 revoluciones por minuto constantes, sin cortar hasta llegar a la orilla”, instruye Verónica Romaña –directora de Mainumby4x4 y organizadora de la travesía–. “Vamos, vamos, vamos… que nadie afloje –arenga por la radio VHF–. Una camioneta detrás de la otra. Ninguno se detiene ni se distrae. Todos se concentran en la huella que deja la camioneta de adelante para pisar en el mismo lugar que lo hacen los lugareños. Y eso es por dos motivos: para preservar este increíble sitio y para no encajarse”, continúa y aclara... “Tiempo atrás alguien intentó atravesar esta salina por otro sitio. No bastó con que se encajara, sino que para rescatarlo tuvieron que trabajar cuatro días. Imaginen cómo quedó ese automóvil”.
“Querían aventura… –prosigue–, acá la tienen, señores, a sólo 50 km al sudeste de Malargüe, Mendoza. Una experiencia única que pocos conocen, pero que a partir de que esta nota se publique en Weekend muchos querrán descubrir. Ustedes son unos privilegiados, están sobre un humedal de 650 km2, a 1.280 msnm, que en otro de sus rincones alberga flamencos, cisnes de cuello negro, garzas y patos. Se trata de una reserva natural provincial y sitio Ramsar desde 1995 para protección de la biodiversidad, que tenemos la obligación de preservar y que sólo se puede recorrer junto a un guía habilitado como el que nos acompaña”.
Fueron apenas unos ocho o 10 minutos, pero resultaron los 8 km más intensos de esta jornada que había comenzado muy temprano con un viaje al mismísimo núcleo del volcán Malacara, una entraña basáltica desde la cual hace 10.000 años emergió gran parte de la lava que rodea la región. Y, ya al mediodía, con un cerdo al disco que saboreamos al pie del volcán Carapacho. Es cierto que el calor abrumaba, pero también que gracias a ese sol candente la superficie de la salina reverberaba como en las películas y, como un efecto fotográfico, desdibujaba todo lo que se cruzara por el horizonte, incluidas las propias camionetas que aparecían pixeladas en el instante del clic, de ese cuadro final que las inmortalizaba como si se estuvieran derritiendo dentro de la cámara. El termómetro marcaba 38 °C y rompía todas las estadísticas de la región para esta época. A las siete de la tarde el chapuzón fue en la piscina del complejo de cabañas donde nos alojábamos, una magnífica excusa para –antes de los sorrentinos de carne ahumada de la cena– revivenciar la magnífica jornada entre anécdotas y experiencias poco frecuentes.
Travesía hacia Real del Pehuenche
En los mapas –y en la vida cotidiana– uno se cruza con rutas y lugares que llevan a la reflexión: ¿cómo habrán hallado este sitio? ¿A quién se le ocurrió trazar un camino por acá? Interrogantes frecuentes de viajeros curiosos. En el off road el planteo es inverso: ¿y si abrimos huella por acá para intentar llegar allá? Privilegios de contar con una pick up 4x4, tenacidad, espíritu aventurero, un buen grupo que acompañe y un baqueano conocedor del terreno. Así, 10 camionetas llegamos desde Poti Malal a Real del Pehuenche a través de 55 km de la nada misma, explorando metro a metro un terreno accidentado y pedregoso en busca de alternativas para avanzar, descolgarse por las piedras, volver a trepar, esquivar traicioneras vegas (terreno bajo, llano y fértil regado por un río o un canal) y poner en acción las técnicas de conducción off road indicadas por Romaña.
Fueron ocho intensas horas diseñadas a medida para los amantes de las verdaderas travesías fuera de camino. Por momentos la huella desaparecía, la geografía se tornaba adversa y la incertidumbre intimidaba con su clásica frase: “¿Esto está chequeado?”. A pesar de esos interrogantes, nadie rompió, rayó ni se quedó. Por el contrario, hubo aplausos y estímulos para todos –especialmente para un matrimonio que estrenaba este tipo de experiencia–, y un almuerzo caliente bajo domos geodésicos en un campamento de montaña en el límite de la frontera con Chile, el destino final de la jornada en medio de un paisaje inefable bajo un cielo increíblemente celeste. Plato principal: tomahawks recién asados a las brasas acompañados con puré de papines. De postre, una delicia casera de nombre desconocido que degustamos al aire libre, a espaldas de la RN 145 y con el cerro Campanario como telón de fondo (de 4.049 m y con actividad termal; no tiene nada que ver con el cerro de Bariloche), ubicado ahí nomás, dibujando su caprichosa silueta de castillo amorfo a escasos metros de nuestras camionetas.
Ascenso al volcán Payún Matrú
Faltaba un día. El de mayor expectativa... El del ascenso a la caldera del Payún Matrú (unos 3.000 msnm). Quizá una jornada no tan complicada desde lo técnico como desde lo administrativo, porque se trata de un volcán situado en una reserva provincial que requiere gestión de trámites y la firma de una disposición especial. Para entender de qué estamos hablando, digamos que el año pasado Mainumby4x4 llevó allí la primera travesía tras más de 15 años sin que nadie pisara la zona, y que desde 2024 hasta la realización de esta nota ninguna otra camioneta recorrió el lugar, por lo que se trató de un ascenso a través de terrenos casi vírgenes que demandaron recurrir al track del GPS para hallar la senda dentro de la propia Payunia, un territorio de 6.656 km2 que aloja unos 800 conos volcánicos, entre los que se destacan –además– el Payún Liso (3.715 m) y el Santa María, cuya colada de lava tiene 17 km de longitud, zona que atravesamos y en la que nos detuvimos para apreciar su campo de bombas (burbujas de roca fundida) expulsadas hace miles de años.
La aventura comenzó en el puesto del guardaparques con todas las recomendaciones que el caso amerita (cuidado del medioambiente, fauna, observaciones varias). Y prosiguió cuando las autoridades abrieron el candado de la tranquera que nos habilitaba el paso. Desde allí hasta la caldera trepamos sobre lapillis (pequeños fragmentos de lava de entre 2 y 64 mm) y coirones (pasto tipo penacho amarillo) unos 2.000 m de desnivel a lo largo de 28 km. Un cartel marcaba el final de la huella. Bastó un corto trekking hasta la soberbia laguna de la caldera para que, al regresar, el almuerzo al disco estuviera a punto bajo el gazebo de Mainumby4x4, lo que certificaba una vez más las 5 estrellas por el que la empresa es reconocida. ¡Prueba superada! Teníamos en la bitácora un nuevo y desconocido destino que seguramente la organización repetirá el próximo año para los que en esta oportunidad se quedaron con las ganas de realizarlo.
Organización de la travesía: Mainumby4x4, WhatsApp: (011) 6036-1111. Web: mainumby4x4.com | Facebook e Instagram: @mainumby4x4 | E-mail: mainumby4x4@gmail.com
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