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TURISMO | 06-04-2018 13:05

Los secretos de los invernaderos reales europeos

En Bruselas, estos recintos crearon un paraíso interior que guarda un secreto oscuro.
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BRUSELAS (dpa) - Un pequeño pitufo en el arriate de piedras es el

único indicio del verdadero carácter de los invernaderos más

espectaculares de Europa. Este reino vegetal no es un jardín botánico

ni una atracción turística. Es un jardín privado que pertenece a la

familia real de Bélgica.

Sólo una vez al año, durante la floración en abril, este mundo

normalmente cerrado a cal y canto, situado en la periferia de

la ciudad, se abre al público durante tres semanas. En 2018, se podrán visitar del 20 de abril al 11 de mayo.

El camino detrás de la puerta de entrada, de hierro fundido, pasa

junto al palacio y lleva al visitante al invernadero de naranjos,

donde comienza el recorrido. Aunque algunos de los invernáculos

tropicales están bastante alejados unos de otros, también cuando

llueve uno puede desplazarse entre ellos sin mojarse, porque todos

están interconectados mediante túneles de cristal.

Los invernaderos en el barrio bruselense de Laeken constituyen el

mayor paisaje acristalado de Europa. Un camino señalizado de más de

un kilómetro pasa por 15 diferentes instalaciones, entre ellos el

invernáculo del Congo, el de azaleas y la galería de geranios.

Ya a primera vista queda claro que estos invernaderos no son

construcciones botánicas funcionales al servicio de la ciencia sino

testigos de una necesidad megalómana de impresionar. Una ciudad de

cristal con cúpulas, torres y pabellones. Las formas alegres se

adelantan al modernismo belga que cambiaría la fisonomía de Bruselas

alrededor del año 1900.

El edificio más impresionante es el jardín de invierno con su cúpula

de cristal de 25 metros de alto, que descansa sobre un esqueleto de

metal y columnas de piedra agrupadas de forma circular. El edificio

fue construido entre 1874 y 1876.

No sólo lo grande impresiona, sino también lo pequeño. Cada arriate

está rastrillado y arreglado minuciosamente, desde hace mucho más de

cien años. Enormes palmeras se estiran hacia la luz. Copas de

diferentes árboles están enganchadas. Raíces se extienden como

tentáculos por el suelo. Helechos tan altos como un hombre despliegan

sus hojas en forma de abanico. Plantas trepadoras caen al suelo como

barbas hirsutas y gigantescas hojas se mecen con la corriente de

aire.

Por la noche, el mar de plantas resplandece con la iluminación

original de la Belle Époque. Desde afuera, la ciudad de cristal brilla

como un palacio de las mil y una noches. Un sistema de tubos de un

kilómetro de extensión, colocado debajo del suelo, suministra agua

caliente a los invernaderos, el mayor costo del complejo.

En medio del esplendor floral es fácil no ver un busto negro que está colocado en

uno de los invernaderos, algo oculto, contra la pared.

Un hombre narigón con una larga barba gris: el rey Leopoldo II

(1835-1909), quien mandó construir los invernaderos de cristal y

hierro.

El guía que lleva a los visitantes por los espacios verdes señala que el

rey fue un gran amante de las plantas. En ningún momento menciona el

pecado original que hizo posible el nacimiento de este jardín

paradisiaco. Leopoldo II financió la construcción del complejo de

invernaderos con dinero procedente del sistema económico esclavista

en el Congo, su colonia privada. Regiones enteras del país africano

fueron despobladas durante el cruel régimen del rey belga.

Cuando uno conoce los orígenes de la ciudad de cristal, ya no resulta

tan fácil disfrutar del paraíso vegetal. De repente, las plantas

trepadoras se asemejan a redes y las ramas nudosas a instrumentos de

tortura. La familia real sólo permite a su pueblo tres semanas de acceso a sus

jardines. E incluso, durante esas tres semanas, no todo está abierto al

público. Por ejemplo, una antigua iglesia con capacidad para 800

creyentes, que más tarde fue convertida en una piscina para la

familia real, permanece protegida de miradas indiscretas.

Información básica

Cómo llegar: en tren a la estación Norte de Bruselas y, desde allí, en

autobús de la línea 230 al palacio real.

Fotos: dpa

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