Wednesday 24 de April de 2024
CAZA | 18-06-2019 18:35

Perdices difíciles de marcar

Los pastos altos de la zona de Labardén, provincia de Buenos Aires, determinaron el inicio de la temporada. Fundamental, un buen perro.
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Después de casi 10 meses de espera, inicié la tan ansiada temporada de caza menor 2019. Para saber cómo venían los campos y los cupos, previamente estuve en contacto con Mónica Rodríguez, directora de Flora y Fauna de la Provincia de Buenos Aires, y con Adriana Richi, directora del Organismo Provincial para el Desarrollo Sustentable (más conocido por sus siglas O.P.D.S.), quienes me anticiparon que las fechas habilitadas serían del 4 de mayo al 4 de agosto, y los cupos de 10 liebres, seis perdices y seis patos (eran 10 el año pasado) por cazador/día, tal como lo publicamos en el mapa interactivo de zonas junto al reglamento completo. Pero además hay otra novedad: la caza de vizcachas queda vedada todo el año y solo se puede realizar con autorización especial de Fauna.

En cuanto a las perdices, que en esta ocasión era lo que íbamos a buscar, los censos realizados por los biólogos del O.P.D.S. arrojaron que en las transectas había ejemplares en cantidad suficiente, aunque más pequeños que el año pasado. En el mismo sentido, debido a que la provincia había recibido buena cantidad de sol y lluvia durante el verano, y al no llegar todavía las heladas, los pastos estaban altos y verdes, lo que dificultaría la caminata y la marca de los perros.

0618 caza menor perdices labarden

Con estos datos en la mente, me reuní con Daniel Callisto para que, en esta oportunidad, hiciéramos una salida comparativa individual el mismo día pero en dos zonas diferentes, separadas casi 300 km una de la otra. De esta forma tendríamos más precisiones y certezas de cómo venía el inicio de la temporada: él en Tapalqué (ver página 100) y yo en Labardén, con mi perro Folk, donde me esperaba Mario Pacheco para hacerme de segundo tirador, y Sofía Leonelli que sería la fotógrafa de la jornada.

Al igual que Callisto a su destino, llegué al mío la noche anterior para descansar y aceitar tranqueras en la casa de Juan Carlos y de Betty, quienes me alojan desde hace años. A la mañana siguiente, bien descansado, Mario me pasó a buscar con su camioneta. A las 8:30 estaba nublado, con algo de viento, mucha humedad y una temperatura de 14 °C.

Camino al campo

Cargamos a Folk, las armas y salimos. En esta oportunidad utilizamos dos escopetas 12/70 –una superpuesta y otra de un caño– con cartuchos de 28 y 32 g, ambos en munición 7 por si el viento aumentaba. Desde el vehículo veíamos que los cuadros tenían pastura todavía verde, así que elegimos el de pastos más bajos, de unos 40 cm de longitud. Nos colocamos las botas, el chaleco, tomamos las armas, bajamos de su jaula de transporte a mi perro, le coloqué su collar electrónico con el solo fin de tenerlo un poco más cerca en su primera salida del año (la ansiedad le podía jugar una mala pasada porque la altura de las pasturas en muchos lugares lo superaba) y, apenas pasamos el alambrado, ya había hecho su primera marca. Así que cargamos las escopetas, nos acercamos sigilosamente y ahí nomás salió la primera perdiz que abatí con gran sentimiento cazador.

0618 laguna san miguel del monte

El pasto húmedo estaba tan verde y abultado que, de no haber tenido perro, hubiera sido imposible localizar el ejemplar caído. Una observación importante para evitar accidentes es que como estos campos son de pastoreo, la hacienda deja marcada sus pisadas, lo cual hace que desplazarse sobre un piso totalmente desparejo sea dificultoso. El lado positivo: por suerte no tuvimos mosquitos.

Con Mario habíamos convenido que tiraríamos una pieza cada uno. El compañero esperaría a un costado y solo dispararía si el primero erraba. Así que en la próxima marca avanzó Mario, quien tocó a Folk para que avanzara, pero no se movió. Lo volvió a empujar y siguió sin moverse. Casi lo pasó por su lomo pero el perro seguía clavado. Cuando Folk actúa de esta manera es porque tiene la perdiz muy cerca del hocico. Y así fue: cuando mi compañero bajó sus ojos me dijo que ahí estaba la perdiz, que recién levantó vuelo cuando el can se le echó encima tras otra orden verbal. Este ejemplo fue una constante: con el pasto alto, húmedo y verde, las perdices solo salían cuando se les pisaba –como se dice en la jerga–.

Todos los ejemplares fueron de tamaño medio y parejo, no hubo pichones como en la temporada 2018. Mientras corría la mañana, la temperatura aumentó al igual que el viento, las nubes se abrieron un poco y el sol asomó, con lo cual el perro comenzó a recibir las emanaciones desde más lejos. Así que tuvimos que ajustar los tiros para dejarlas volar más. Confieso que me costó hacer puntería. Acostumbrado al tiro de pedana –que es más rápido–, una perdiz se levantó a unos dos metros a mi izquierda y, cuando encaré la escopeta, apenas la tenía a unos ocho. Disparé por instinto, pero sabía que me había equivocado. Un tiro demasiado cercano desfigura a la presa. Igual la cargué en mi morral, la conté en mi cuota y me obligué a dejarlas volar.

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Otras pasturas

Por la tarde, después de almorzar salimos a otro campo con pastos más bajos, porque incorporamos a un bretón de nombre Renato. Para no cansar a Folk hicimos que los perros trabajaran juntos a pesar de que no se conocían. Con menos humedad y pastos más bajos, las perdices empezaron a salir entre los tres y cinco metros, y hasta se sumó una liebre que Mario abatió para su escabeche. Fue la única que vimos en todo el día.

Con el bretón en marcha pude observar la diferencia de razas: para el pointer es más fácil movilizarse en pasturas altas con mucho pinche. Otro detalle nada despreciable: por la tarde los perros estaban trabajando juntos y con viento cruzado. Folk hizo una marca precisa, al tiempo que Renato volvía de su laceo delante de la marca de Folk, y lo pasó. A pesar de confiar en mi perro, la lógica me decía que la marca era falsa, sino la perdiz se tendría que haber levantado. Aún así lo toqué para que avanzara, y un ejemplar salió volando. Este dato confirma cómo están las perdices con estas pasturas.

El segundo evento para relatar es que –entre dos– cumplimos nuestra cuota de 12 perdices con facilidad. Tres días antes el mismo campo lo habían recorrido tres cazadores (sin armas) con perros no muy buenos, y en toda la jornada vieron levantar vuelo solo a tres perdices. Conclusión: un cazador sin perro en estos campos volvería con las manos vacías y el cuerpo destruido, porque para cazar sin can se debe caminar más rápido y en zig-zag. Si las heladas no bajan los pastos, además de usar botas cómodas, llevar un perro con buen olfato es fundamental.

 

Podés leer más notas como esta en la revista Weekend de junio de 2019, n° 561.

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Horacio Gallo

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