Thursday 17 de July de 2025
AVENTURA | 25-06-2025 07:00

Velero Kira-Kira: las decisiones vitales que se deben tomar durante la navegación

En esta parte de la travesía de los Meder, Herman revela los momentos cruciales en los que para este tipo de embarcación es imprescindible contar con viento para desplazarse. La cooperación familiar.

A principios de marzo estábamos preparándonos para zarpar. Después del Carnaval íbamos a continuar subiendo la costa, con idea de ir directo a Ilhabela. Durante varios días fuimos acopiando alimentos en las alacenas y completando la heladera con carnes y verduras, Para eso Porto Belo es el lugar ideal ya que los "atacadistas" (mercados mayoristas) están muy cerca del fondeadero y tienen buenos precios. Además las ventanas de viento sur son aún muy cortas para la época. No sabíamos si íbamos a poder llegar; por lo que recalar en un puerto intermedio, ya sea Paranaguá o la Ilha de Bom Abrigo (frente a Cananeia) era una posibilidad a mitad de la ruta, donde no hay más que una playa protegida y una cascada para abastecer los tanques de agua dulce. Deberemos tener provisiones de sobra, ya que es posible que quedemos a la espera algunos días lejos de la ciudad donde están los mercados.

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La llegada de un frente frío en los días siguientes nos dio la posibilidad de zarpar, así que fuimos armando el barco para la fecha. También navegamos en conserva con Diego y su perrito Tango a bordo del Freedom, amigos que conocimos en Rio Grande y con quienes veníamos en conserva desde allí. Por lo que coordinamos para zarpar juntos; navegar en compañía de otro barco es entretenido y le agrega seguridad a la travesía al ir informándonos mutuamente de las novedades a bordo.
El único problema de esta ventana climática era que el viento se encontraba mar adentro, a unas 20 millas de la costa, por lo qué era necesario cargar suficiente combustible para salir a su encuentro. Rocío preparó viandas mientras los chicos adelantaron sus estudios para estar atentos y libres para navegar sin tareas pendientes.
Así fue que el jueves 6 a las 2 de la mañana zarpamos despidiéndonos de Porto Belo en una calma total en busca del viento con ayuda del motor. La ventana era ajustada para llegar a Ilhabela pero los cálculos previos nos daban una ETA (hora estimada de arribo) conveniente para entrar a puerto con calma en lo que sería una travesía de 260 millas.

Siempre calculamos 100 millas por singladura, usando una velocidad crucero de cuatro nudos y medio para tener un buen margen de tiempo en nuestras navegaciones.

Momento de decisión

Las horas transcurrían y nos estábamos aproximando aún sin viento a la zona. Los nervios se empezaron a sentir cuanto más tiempo pasaba, la ventana y lo ajustado de la ETA nos presionaban a tomar la decisión: ¿llegaría el viento pronosticado? Nos acercábamos al punto de no retorno, donde continuar sin viento no nos permitiría llegar a destino y, si el frente sur se establecía, complicaría el regreso a puerto en caso de suspender la travesía. Esperamos la actualización del pronóstico y las noticias no eran buenas, se estaba formando un temporal en Bom Abrigo que complicaría la recalada de ser necesaria. Se acababan las opciones y había que decidir.

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Muchas veces en navegación a vela ocurren estas situaciones, por lo que es importante tener la mente fría y tomar la decisión cuando es correcto. Si el viento aumentaba, ya a esta altura desde el sur, regresar a Porto Belo sería difícil e ingresar a puerto de noche y con viento, arriesgado. En el Kira-Kira siempre tomamos la opción más segura sin desperdiciar oportunidades y sabemos muy bien que es mejor estar en puerto deseando el mar... que estar afuera deseando el puerto.
La elección fue clara: otra vez rumbo a Porto Belo antes de que llegara el frente frio, con la buena noticia de que no íbamos a necesitar ir al supermercado por un buen tiempo y que el barco estaba en forma para navegar.
Pasamos más de dos semanas esperando la próxima oportunidad, la que llegó sin dudas y bien clara: nuestra ventana perfecta con el viento que necesitábamos para navegar a buena velocidad y seguro había llegado. Teníamos los barcos preparados y sólo había que reponer algunas cosas frescas y de alacena, ¡esta vez sin dudas zarpábamos hacia Ilhabela! Ya era a 20 de marzo y la época empezaba a ser la correcta con frentes fríos llegando de mayor duración.
Desde donde estábamos fondeados pudimos izar las velas sin necesidad de encender el motor. El Kira-Kira navegaba a 5 nudos rumbo 40° con los rizos tomados y la trinquetilla, el timón automático respondía con correcciones de unos pocos grados. A bordo los chicos tenían descargadas las tareas para ir adelantando y al acercarnos a Itajaí el viento iría aumentando, pero a bordo se mantenía una navegación confortable. Así llegó la primera noche sin más novedades que algunos pesqueros entre Porto Belo e Itajaí. Pasamos la rada de Sao Francisco do Sul y enfilamos para pasar la de Paranaguá por fuera. Al motor lo encendíamos de noche algunas horas, sólo para recuperar carga en las baterías.
También Bom Abrigo quedaría varias millas hacia la costa. A esta altura del viaje, el viento comenzaría a disminuir y tendería primero al través y, ya llegando al archipiélago de Alcatraces, iría rotando hasta que alcanzar Orzar, mientras disminuía su intensidad para terminar en calma.
Desde ahí se puede poner rumbo a Ilhabela por adentro de alcatraces, un grupo de islas pertenecientes a la marina de Brasil, que en el pasado fue utilizado como polígono de tiro por sus buques de guerra. Hoy en día es una reserva de fauna marina y donde se están gestionando permisos para visitas de turismo y avistaje de ballenas.

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Desde el archipiélago sólo restaban 20 millas para arribar a Ilhabela, pasando por su rada también, y ayudados por la corriente y el motor nos desplazarnos a una buena velocidad para ingresar con luz diurna al Yate Clube Pinda, donde fuimos recibidos de la mejor manera como acostumbran en Ilhabela, sitio en el que la camaradería y la navegación a vela forman parte de la cultura en esta "capital nacional de la vela".
Aquí comienza la "costa verde" y desde este punto las navegaciones son cortas, de unas 20 millas máximo entre puertos y el viento empieza a escasear. Los clubes en Ilhabela dan unos días de cortesía y el pueblo es maravilloso, lleno de restaurantes y comercios. Es una villa turística muy segura donde se puede recorrer sabiendo que el barco está bien amarrado y donde nos permitimos "olvidarnos" un poco de su situación, ya que el club lo vigila y podemos jugar un poco a ser turistas. También estamos tranquilos ya que tenemos bastantes provisiones, pues al ser una isla dedicada al turismo, los precios no son los mismos que el continente. Así que nos tomamos unos días para descansar tranquilos y recorrerla, ya que estamos a pocas millas del segundo gran objetivo después de Porto Belo, Ilha Grande. Pero eso, como dice Bruno (el más chico de la familia Meder), se lo contaremos en la próxima singladura.

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