Gracias a su hazaña, Alcock y Brown se alzaron con el premio de 10.000 libras esterlinas. Foto: weekend

Réplica del Vickers Vimy que se encuentra exhibido en el Museo de Londres. Foto: Wikipedia

El biplano Vickers Vimy contaba con motores Rolls Royce de 12 cilindros y una envergadura de 67 pies (20,4 metro Foto: Weekend

La proeza les demandó 11 horas y 12 minutos de vuelo. Foto: Weekend

Alcock y Brown fueron nombrados Caballeros Comendadores de la Muy Excelente Orden del Imperio Británico KBE. Foto: Weekend

PROEZA AEREA

Se cumplen 102 años del primer vuelo transatlántico de la historia

El 14 de junio de 1919 los aviadores británicos John William Alcock y Arthur Whitten Brown protagonizaron una hazaña que se comentó en el mundo entero.

 El 14 de junio de 1919 los aviadores británicos John William Alcock y Arthur Whitten Brown inscribieron sus nombres en la historia de la aviación mundial al protagonizar el primer vuelo transatlántico del mundo. Y, como el avión portaba una pequeña cantidad de correo, eso convirtió al viaje también en el primer vuelo postal transatlántico de la historia.

Gracias a esa proeza se alzaron no solo con el premio de 10.000 libras (unos 11.253 euros) otorgado por el diario británico Daily Mail, organizador del concurso, sino que, además, fueron nombrados Caballeros Comendadores de la Muy Excelente Orden del Imperio Británico KBE, por el entonces rey Jorge V, en el castillo de Windsor.

Tanto el capitán Alcock como el navegante Brown, eran pilotos experimentados que habían servido en la Royal Air Force británica durante la Primera Guerra Mundial.

El comienzo del primer vuelo transatlántico

De camino a su punto de partida en Terranova, en la costa este de Canadá, la pareja preparó su biplano Vickers Vimy que contaba con motores Rolls Royce de 12 cilindros y una envergadura de 67 pies (20,4 metros)

Si bien originalmente había sido fabricado con el objetivo de usarlo en la guerra, la misma terminó antes de que pudiera verlo en acción, por lo que Alcock y Brown decidieron modificar el diseño original para adecuarlo más a su viaje, reemplazando los bastidores de bombas por tanques de combustible.

La pareja británica despegó de Lester's Field, en Newfoundland, Canadá, y tras volar 1.890 millas (3.041 kilómetros) a una velocidad promedio de 118 mp/h (193 km/h)  finalmente, 16 horas y 12  minutos después, llegaron a Clifden, Irlanda, donde los aguardaba una multitud para certificar su hazaña aérea.  

Un vuelo trasatlántico plagado de inconvenientes

Pero el vuelo no fue tan sencillo como lo tenía previsto la pareja inglesa de aviadores ya que los primeros problemas surgieron ya en el mismo momento del despegue cuando el avión que estaba cargado de combustible luchaba por esquivar los árboles que se le presentaban en el camino y amenazaban con derribarlo a tierra.   

"Varias veces contuve la respiración, por miedo a que nuestro tren de aterrizaje se estrellara contra un techo o la contra la copa de un árbol", relató Alcock, tras el viaje.

Superado el primer obstáculo, cuando recién llevaban una hora de vuelo, la radio del avión se averió y quedaron totalmente incomunicados con el mundo exterior. Así, el alentador mensaje enviado por Brown pocos minutos después de despegar que decía "todo bien y en marcha", fue la primera y última transmisión por radio del vuelo.

En una entrevista concedida años más tarde al diario británico The Guardian, Alcock  reconoció que no la pasaron para nada bien. “El clima era muy áspero y agitado, el viento soplaba fuerte hasta el agua. A cinco horas de tierra nos esforzamos por salir de las nubes y de la espesa niebla, pero lo intentamos en vano", confesó.

La densa niebla y las pesadas nubes pesadas impidieron que Brown siguiera la pista de su ubicación, lo que finalmente llevó a que Alcock perdiera el control del avión que, de pronto, se detuvo y giró peligrosamente en espiral hacia el océano en caída libre. Pero, milagrosamente, Alcock evitó lo que hubiera sido una tragedia y el fin de sus vidas. “Creo que hicimos un bucle y por accidente hicimos una espiral profunda. Fue muy alarmante. No teníamos punto al horizonte".

Y, cuando parecía que nada malo más podía pasarle, los dos se vieron obligados a luchar contra la lluvia y el hielo que había afectado a las persianas de los radiadores y tapado los indicadores de gasolina, por lo que tuvieron que apagar uno de los motores antes de pasar a una altitud más baja y cálida para descongelar el hielo y forzar un nuevo arranque.

Menos de 30 minutos después de haberlo hecho, Alcock recordó que si bien vieron tierra en Irlanda, lo que pensaban que era un campo propicio para aterrizar, terminó siendo la zona pantanosa de Derrigimlagh Bog, cerca de Clifden.

Esa inesperada superficie hizo que el Vickers Vimy aterrizara estrepitosamente y que la parte delantera de la aeronave se hundiera en el barro. Afortunadamente, los pilotos lograron sobrevivir y concretar la hazaña aérea que dio la vuelta al mundo entero. Si bien le siguieron algunos experimentos de vuelos con escalas, la travesía de los británicos sirvió para sentar las bases para el desarrollo de la aviación comercial, que explotaría a partir de 1932 con los primeros vuelos regulares de pasajeros.

Mientras Alcock murió apenas seis meses después en un accidente aéreo cerca de Rouen, Francia, Brown falleció en 1948 tras varios problemas de salud.