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TURISMO | 03-10-2018 08:00

Trevelin, donde caminar es un arte

A principios de octubre florece en este pueblo de Chubut un campo de tulipanes cuya belleza fugaz crea una de las vistas más sublimes y menos conocidas de la Patagonia. Y en el Parque Nacional Los Alerces hay senderos de distintos niveles.
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Al planear un viaje primaveral a Trevelin hay que medir bien el tiro: entre el 10 y el 15 de octubre sería el momento óptimo para contemplar en su máximo esplendor el campo de tulipanes Plantas del Sur, paradigma del paisaje romántico en toda la Patagonia. Esta no es por cierto la época más concurrida de la vasta región austral: la calma y un sosiego contemplativos casi zen dominan esta la travesía chubutense que comenzamos por el Parque Nacional Los Alerces, dedicados a un solitario caminar entre árboles colosales y a un lento navegar por lagos de origen glaciario.

En la oficina de información nos recibe el Intendente del Parque –Ariel Rodríguez–, quien sin quitarse su ancho sombrero oficial aún bajo techo, nos informa sobre los 28 senderos de trekking habilitados en una superficie que abarca diez veces a la ciudad de Buenos Aires, uno podría estar meses caminando y durmiendo en carpa u hosterías en este submundo verde de la Patagonia andina.

El guardaparque nos cuenta que el trekking más complejo es el que va hasta la cima del cerro Alto El Petiso. Se arranca al amanecer porque la ida y vuelta insumen ocho horas de caminata. Hay que estar en muy buen estado físico para esos 15 km: por momentos la subida es compleja y en la etapa final se avanza por un sendero de 50 centímetros de ancho con precipicios a cada costado. La meta implica sortear un desnivel de 1.255 metros con momentos de trepada sobre rocas húmedas, sin llegar a la escalada. El premio es una de las mejores panorámicas del parque abarcando casi todos sus lagos encadenados.

Nosotros disponemos de tres días así que recorremos imaginariamente algunos sectores a través del relato de Ariel Rodríguez, quien nos incita todo el tiempo a caminar. Le pregunto por un trekking intermedio y sugiere el sendero al glaciar Torrecillas, adonde se llega navegando en catamarán hasta Puerto Nuevo para caminar por bosque mixto de tineos, coíhues y alerces, hasta un arroyo que nace de la laguna de deshielo del glaciar Torrecillas. La caminata bordea ese arroyo y lo cruza usando como puente un tronco de coíhue caído.

Más y mejores vistas

Al ganar altura, las panorámicas se ensanchan y hay escaleritas y sistemas de sogas para prevenir resbalones si hay un poco de nieve. Este trekking sólo se hace con guía y llega cerca de la masa de hielo frente a la laguna glaciaria, donde caen paredes heladas que explotan en un bombazo para convertirse en témpano. La caminata es de medio día y se la suele combinar por la tarde con otra al Alerzal Milenario.  

Nuestra realidad se impone a la voluntad y optamos por una caminata intermedia y autoguiada de tres horas hasta la laguna Escondida en la Seccional Arrayanes. Comenzamos a subir por una empinada ladera boscosa pero vamos a paso lento, respirando el aroma a verde que brota de los bosques de cipreses, radales, maitenes y coíhues. Tal como sugirió el guardaparque, cada tanto nos detenemos a beber de las límpidas aguas heladas de arroyos que bajan por la montaña.

Al ascender vislumbramos entre la vegetación el lago Menéndez, que aparece y desaparece en sucesión de flashazos. En el Mirador del Lago, al borde de una ladera, el bosque se abre en una panorámica que abarca lo más representativo del parque: los lagos Menéndez, Rivadavia y Verde, el glaciar Torrecillas en las alturas y el río Arrayanes con sus viboreos color esmeralda y transparencia caribeña. Finalmente llegamos a orillas de la laguna Escondida, a 850 metros de altura, rodeada de los picos nevados de los cerros Torrecillas, Alto El Petiso y el Cordón de Las Pirámides.

No hay realmente viaje si no se gasta la suela del calzado y por esta razón persistimos en caminar el parque durante la segunda mitad del día, ahora hasta los pies de uno de los seres vivos más longevos de la tierra: el Alerce Abuelo. Desembarcamos en Puerto Sagrario para atravesar una especie de túnel natural de caña colihue. A la salida descubro por su repiqueteo un pájaro carpintero negro buscando gusanitos en un tronco, casi arriba de mi cabeza.

La selva se cierra en una compacta bóveda con el suelo alfombrado de flores, helechos y hongos, hasta que llegamos a la zona habitada por colosales alerces. Me paro al pie de los 58 metros del Alerce Abuelo, que ya era un retoño cuando el hombre estaba en la Edad del Bronce. En el transcurso de los siguientes 2600 años –su edad actual– cayó el Imperio Romano, ardió Constantinopla, Colón llegó América, Armstrong caminó sobre la Luna y cayeron las Torres Gemelas. En todo ese tiempo este alerce se mantuvo incólume, brotándose de hojitas tersas como en una alegoría de la eternidad.

Nota completa en Revista Weekend del mes Octubre de 2018 (edicion 553)

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Julián Varsavsky

Julián Varsavsky

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