Monte Dinero es la última estancia argentina en tierra continental. Un lugar único por su valor geográfico y simbólico, donde culmina el continente sudamericano y comienza la mítica Ruta Nacional 40. Allí Kevin y Carolina Fenton, actuales anfitriones, son parte de la quinta y sexta generación de la familia que habita y trabaja esta tierra desde 1889.
Está ubicada en el kilómetro 0 de la RN 40 y a sólo 115 km de Río Gallegos, convirtiéndose en ejemplo de la Patagonia más auténtica y menos transitada. Es historia viva, horizonte sin fin, vida rural en estado puro. La fundó el Dr. Arthur Fenton, un médico irlandés que se casó con la viuda de un pionero y decidió echar raíces en este confín. Así la estancia fue testigo de los primeros intentos por delimitar la frontera con Chile, de la fiebre del oro que dio nombre a sus tierras y del desarrollo de una ganadería que hoy se proyecta al mundo con estándares de sostenibilidad.
Desde hace más de seis generaciones, los Fenton cuidan y habitan este suelo. Además abrieron su tranquera al turismo hace 30 años. Actualmente son Carolina Fenton y su hijo Kevin Pamich (5ta y 6ta generación de la familia pionera) quienes llevan adelante el proyecto turístico con una mirada moderna, pero profundamente arraigada en la identidad del lugar. Sin embargo, la crianza de ovejas Merino MPM, cuya lana es reconocida internacionalmente por su suavidad y calidad, sigue siendo el corazón productivo del establecimiento.
Opciones de alojamiento en Monte Dinero
Monte Dinero ofrece distintas formas de alojamiento, pensadas para cada tipo de viajero. El casco histórico está a pocos metros de la frontera con Chile, allí se encuentra The Big House, la casa principal con pisos de pinotea, objetos de época, un salón de lectura y habitaciones que llevan los nombres de antepasados como Emma o Arthur. La estadía incluye las comidas, basadas en recetas familiares y productos frescos de la huerta, que son parte fundamental de la experiencia.
A 200 m está la Posada Ruta 40 (foto arriba), una opción más sencilla pero igualmente cálida. Remodelada a partir de la antigua matera, cuenta con habitaciones privadas con pensión completa o media, y también un modo de albergue con desayuno. Allí, la decoración le rinde homenaje a los aventureros de la Ruta 40, que en esta estancia encuentran su punto de partida o de llegada.
Unos kilómetros más allá, ya en la costa, se alza el Faro Cabo Vírgenes construido en 1904. Justo al pie, con vista directa al mar y al cielo infinito, funciona la casa de té Al Fin y al Cabo, que permanece abierta entre octubre y Semana Santa. En este espacio operado por la misma estancia se sirven tortas caseras y unas ya famosas empanadas de cordero. El lugar también forma parte del circuito oficial del Pasaporte Ruta 40, lo que lo convierte en una parada buscada por los viajeros que quieren sellar simbólicamente el inicio (o el fin) de su travesía.
Existe una opción para los viajeros de participar de las tareas rurales, desde el trabajo con ovejas hasta caminatas con perros border collie, entrenados para el arreo. También pueden conocer a Anouk y Noah, dos canes de raza Maremmano que conviven con los rebaños y los protegen de depredadores. Y vivir un momento realmente inolvidable: el encuentro con los caballos en libertad, que se acercan a los visitantes con curiosidad genuina.
Además, la cercanía con la costa permite descubrir uno de los tesoros naturales del lugar: la colonia de pingüinos de Magallanes de Cabo Vírgenes, que en época de cría puede alcanzar las 100.000 parejas. Caminatas guiadas, travesías en 4x4 por los acantilados, visitas al hito Nº 1 de la frontera y vistas panorámicas al Estrecho de Magallanes completan un repertorio de experiencias que, sin estridencias, transforman.
Pocos destinos en la Argentina combinan una ubicación tan simbólica, una historia familiar tan profunda y una propuesta turística tan cuidada. Quienes llegan hasta allí tienen la oportunidad de compartir la intimidad de un modo de vida que persiste en el tiempo, lejos del turismo masivo y cerca de lo esencial.
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