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TURISMO | 03-10-2012 14:50

Una salida a San Marcos Sierras

A sólo 40 km de Capilla del Monte, en Córdoba, es un hermoso refugio lleno de paz, que invita a recorrerlo por completo. Galería de imágenes.
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Llegamos a la hostería, dejamos los bolsos, inspeccionamos la habitación. En el baño han tenido la gentileza de dejarnos, junto a los jaboncitos, un dentífrico de obsequio. Pero no se trata de un producto común: es una pasta dental de caléndula que refresca el aliento sin necesidad del golpe de mentol que puede hacer arder las encías.

Parece un detalle intrascendente, pero en realidad está describiendo la esencia de San Marcos Sierras como un lugar que va más allá de lo convencional y que se anima a proponer otras cosas al que llega.

¿Por ejemplo? Comidas donde además de los típicos asados, chivitos y guisos se encuentra una variedad de platos vegetarianos complementados con semillas, quesillos, aceitunas, tortas con algarroba, bollitos de mistol y miel de distintos colores, producto del trabajo de las abejas en distintas plantas.

Sin duda algo hay de especial en este lugar: no es casual que en los últimos 10 años haya llegado tanta gente para quedarse a vivir (la población pasó de 1.000 a 3.500 personas estables), y debe ser por eso que hay en el aire una tranquilidad acompañada por la alegría de estar en el lugar que se ha elegido para vivir, eso que muchos llaman su “lugar en el mundo”.

A caballo y en silencio

Todo es atravesado por esta mirada distinta y apasionada sobre las cosas y el paisaje. Otro ejemplo: nos subimos a los caballos para hacer una cabalgata. La idea es llegar hasta un antiguo molino construido por los padres jesuitas y, mientras hacemos el recorrido, Sergio, nuestro guía, nos aconseja hacer silencio y sentir los aromas que nos van acompañando –como el de la chilca– y detenernos en la belleza del quebracho colorado.

¿Cuántas veces habrá hecho este recorrido en 20 años? ¿Mil? Y sin embargo lo vemos disfrutar con la alegría y la paciencia de las primeras veces, con una naturalidad y una sonrisa que se contagia y, de pronto, es como si todos fuéramos parte del paisaje, como si lo hubiéramos hecho muchas veces. Hablamos poco, apenas para nombrar una planta, para estar atentos a unas piedras o a un silbidito para entonar retazos de una zamba. Eso es todo y no hace falta nada más.

Luego de visitar el molino –hidráulico, íntegramente hecho en madera e imponente– nos dirigimos al río Quilpo, que está a solo 4 km del centro del pueblo y tiene varios balnearios, entre ellos, el municipal, para aprovechar las aguas puras de este río que nace en Los Gigantes y no pasa por ningún poblado. “En general se asocia a San Marcos con el movimiento hippie, pero los cambios vienen de mucho más atrás”, explica Miguel Ceballos, coordinador de Turismo.

“En la década del 30 llegaron personas pertenecientes al movimiento naturista argentino, atraídas por la energía, la paz y el clima de la zona gracias a la presencia de la sierras del Cuniputu, que entre otras cosas nos protege del viento. Recién en los 70 llegaron los hippies, y en esa década se realizó el primer Festival de la Miel con el objetivo de dar a conocer la excelencia del producto de la zona y también como impulso al turismo”.

Como una forma de confirmar esta multiplicidad de culturas, religiones y espiritualidades, nuestra próxima visita es a la casa de Celeste y Oscar Tulián, ella ceramista y tejedora, y él descendiente de la etnia de los comechingones que habitaban la zona y que en San Marcos encuentra a muchos que mantienen y respetan la identidad aborigen. Patay, café de mistol, café de algarrobo, dulces y arropes son algunos de los productos que ofrecen a los visitantes.

También las obras de arte hechas en cerámica y tejidas con lanas de distintos tipos de oveja, según el uso a darle, y teñidas con tinturas del monte obtenidas de vainas y cortezas de los árboles de lugar. Una delicia para los sentidos y para los que quieren aprender sobre los que “estaban antes” en estas tierras.

 Producción y naturaleza

El día siguiente lo comenzamos con una bicicleteada por los llamados túneles vegetales, que son callejones arenosos con árboles cuyas copas se unen en la altura. Es divertido hacer fuerza en las subidas y luego sentir todo el aire fresco en la cara. Todos los del grupo nos hacemos bromas mientras esperamos que el fotógrafo elija el encuadre ideal.

Lo que sigue para el resto del día es un recorrido por un circuito productivo constituido por diversos emprendedores que se dedican a hacer cada uno algo que los apasiona. Por una cuestión de tiempo solo visitamos algunos de ellos, y comenzamos con Claudio, un estudioso de las abejas que ofrece mieles muy especiales.

Y en este caso el plural (mieles) no es una metáfora, porque Claudio elabora mieles monoflorales, es decir, producidas a partir del trabajo de la abeja principalmente en un solo tipo de árbol, lo cual se logra gracias a los diferentes momentos de floración de cada uno. Así, es posible elegir entre una oscurísima miel de mistol o una ambarina de chañar, y darse un gustito al paso con mielcitas mezcladas con grapa.

La siguiente visita la hacemos en lo de Rubén, que desde hace varios años se dedica a la cría de codornices y a la producción de escabeches, licores y otras cosas que se le van ocurriendo en el camino, como él mismo dice.

Además de las propiedades nutricionales, los huevitos (mínimo colesterol, mucho calcio y vitamina D) son riquísimos y uno los come sin darse cuenta, como snacks. Un dato: para un buen omelette se usa una docena.

El último emprendimiento que vamos a conocer es el de Víctor, que a los 91 años sigue encargándose de monitear sus cultivos de aloe (ubicados en Formosa), cuyos jugos y geles se transforman, luego, en productos de cosmética natural.

Además, en su predio de San Marcos ofrece un paseo guiado para que el visitante conozca las bondades de la planta, los distintos tipos que existen (180 variedades) y sus diferentes usos. Alguien le pregunta si el aloe tiene que ver con la juventud eterna. Víctor sonríe y sigue caminando.

 Cuestión de energía

“¿Vienen bien?”, pregunta nuestro guía. Estamos en pleno ascenso al cerro de la Cruz, que en Semana Santa funciona como Via Crucis, aunque menos tradicional que en otros lugares y con elementos de color y alegría. Sí, venimos bien porque el ascenso es relativamente sencillo y el paisaje se disfruta mucho. Además, como todo aquí, vamos despacio, sin jugar carreras y dando cada paso a conciencia.

Cuando llegamos a la cima apreciamos la vista panorámica del pueblo y de las sierras, con el río a lo lejos y caminitos serpenteantes. Un jote vuela sobre nuestras cabezas hasta que finalmente se va, quizás molesto por nuestra presencia. Por suerte a alguien se le ocurrió traer y armar el mate, así que nos quedamos en silencio disfrutando de ese calmo momento.

Hoy es nuestro último día en San Marcos y nos han preparado algo especial. Lo primero, avisan, es una sesión de reiki, bien a tono con la onda del pueblo, así que de pronto nos encontramos en un salón donde Graciela trabaja sobre nuestros centros de energía (chakras) y luego nos cuenta cómo vio cada uno y qué sintió. Es la primera vez que abordamos esta terapia y nos queda una sensación de liviandad y de suave alegría el resto del día.

La despedida final es de la mejor forma posible: con pollo al disco, vino, guitarreada y baile. El clima se arma rapidísimo y las bromas, risas y chacareras no se hacen esperar. Tampoco falta mucho para que todos empecemos a sugerir canciones y ponernos a cantar, felices hasta la hora que sea.

Nota publicada en la edición 481 de Weekend, octubre de 2012. Si querés adquirir el ejemplar, llamá al Tel.: (011) 4341-8900. Para suscribirte a la revista y recibirla sin cargo en tu domicilio, clickeá aquí.

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Lorena López

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