El Puntal, un edificio de 1930 en Alvarez de Toledo. Foto: Cicaré- Kahn.
El Puntal, un edificio de 1930 en Alvarez de Toledo. Foto: Cicaré- Kahn.
El Puntal, un edificio de 1930 en Alvarez de Toledo. Foto: Cicaré- Kahn.
El Puntal, un edificio de 1930 en Alvarez de Toledo. Foto: Cicaré- Kahn.
El Puntal, un edificio de 1930 en Alvarez de Toledo. Foto: Cicaré- Kahn.
A 15 km de Saladillo, Alvarez de Toledo abre un portal gastronómico al pasado
Ideal para una escapada, de día o de noche, entre los 80 libros contables del almacén El Puntal se pueden disfrutar de picadas y comidas de campo bien suculentas. Diferentes salones reciben a los visitantes y locales con calidez.
Por momentos, llegar a El Puntal es como abrir una puerta al pasado. El edificio, un almacén de 1930 está ubicado en Álvarez de Toledo, un paraje de pocas casas a 15 km de Saladillo que conserva su espíritu original: pisos de madera gastada, techos altos, estanterías cargadas de objetos y un aire detenido, como si la historia hubiese quedado suspendida en cada rincón.
Desde 2012, cuando abrió nuevamente sus puertas, este espacio es sostenido por Viviana Benedetti, su familia y un grupo de amigos que acompaña el proyecto. La idea surgió al encontrar el antiguo almacén, que durante décadas había sido punto de encuentro para los viajeros que bajaban del tren, buscaban abastecerse o simplemente conversar, un lugar de encuentro. “Este edificio nos marcó como familia. Su historia nos dio la misión de mantener viva la esencia del lugar y ofrecer una experiencia auténtica, con raíces bien criollas”, cuenta Viviana.
Adentro, cada objeto cumple un rol. No hay escenografía: hay memoria. Los mostradores originales conviven con mesas de madera desparejas, radios antiguas, sifones, latas, botellas, fotos y utensilios que formaron parte de la vida cotidiana del pueblo y la esencia criolla. En un rincón se mantiene intacto el espacio donde se enfriaban las bebidas para quienes llegaban en tren; en otro, cajones recuperados se exhiben como piezas de museo.
“Cada objeto tiene algo para decir”, resume Viviana. Y quizás el testimonio más preciso sea el de los más de 80 libros contables del almacén: el primero fechado en 1937; el último, en 2008. Fueron encontrados, ordenados y preservados para que los visitantes puedan verlos: nombres, compras, números y firmas de un pueblo que hoy apenas conserva unas pocas familias.
La trastienda, otro espacio emblemático, combina aberturas de hierro con vidrios repartidos de colores, barriles pintados y una salamandra que, en invierno, vuelve cálido el ambiente. Desde allí se ve el patio: una pérgola, dos bañeras antiguas recicladas, un asador y más objetos que completan la postal rural. Al lado está el salón conocido como “el de los remates”: un ambiente amplio, con mesas largas y paredes cubiertas de objetos antiguos, que funciona también como museo.
Sabores de campo y tardes largas
La experiencia se completa en la mesa. Aquí la cocina es casera y tiene la potencia de lo simple: pan tibio hecho en el día, tablas de fiambres, empanadas criollas fritas, carnes a la parrilla, pastas y platos al disco. Para las meriendas, pan casero con dulces de membrillo, higo o ciruela; tortas fritas, pastafrola, buñuelos, pastelitos, tortas artesanales y chocolatada en tetera.
“Me gusta cocinar y jugar con el arte de la cocina”, cuenta Viviana. Esa combinación derivó en propuestas que cruzan gastronomía y actividad cultural: talleres de cerámica cruda, pintura en madera, clases de cocina en fechas especiales, tardes donde cada visitante prepara su propia torta y la acompaña con una picada o un postre.
Las actividades son con cupos reducidos, entre 10 y 20 personas, para preservar la esencia del lugar. “No buscamos ocupar el espacio. Queremos que se aprecie”, aclara Viviana, por ello para pasar un día en El Puntal hay que planificarlo o simplemente mirar la cartelera que se encuentra disponible en redes sociales, Así, El Puntal construyó una identidad propia: un cruce entre tradición, gastronomía, memoria y propuestas contemporáneas, sin perder el carácter rural que define al lugar.
Álvarez de Toledo es pequeño y silencioso. Como muchas localidades del interior bonaerense, con poca cantidad de habitantes. Allí hay pocos kioscos, panaderías y despensas. Es el único almacén tradicional restaurado y abierto al público. Por eso, también funciona como un puente entre la vida rural que fue y la que todavía resiste.
Brinda una experiencia que no se parece a ninguna otra. No es un restaurante. Tampoco un museo ni un centro cultural. Es las tres cosas al mismo tiempo, hiladas desde una sensibilidad familiar que decidió rescatar un edificio y una forma de encuentro. “Somos un lugar donde convergen la cultura, la tradición y la gastronomía. Un lugar que te invita a visitarlo y quedarte”, resume Viviana.
En tiempos de apuro y pantallas, El Puntal se sostiene como una rareza: un espacio donde la historia está a la vista, la comida tiene gusto a infancia y la tarde avanza sin urgencias. Un rincón del interior bonaerense donde, por un rato, el tiempo vuelve a tener otro ritmo.
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