Sunday 16 de March de 2025
TURISMO | 04-03-2025 10:00

Aventura: viaje al corazón de El Impenetrable

Un silencio imposible domina la navegación, hasta que irrumpen los sonidos de una naturaleza atávica y salvaje. Seis días de intensa travesía, un campamento a orillas del río, caminatas, gastronomía autóctona y la cercanía con una fauna increíble. Galería de fotos.
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No hemos visto aún ningún animal de porte, pero se sienten cerca. No hay pruebas, pero tampoco dudas: están aquí. Detrás de aquel monte, tal vez. Tras aquellos humedales, acaso. El barro de este segundo día de travesía hace honor al nombre de este parque nacional, un tesoro inhóspito por el que cuesta caminar, y ya ansiamos el regreso al glamping. Allí nos espera la ducha caliente y el chipa guazú de los pobladores de una región chaco-formoseña que finalmente está logrando sustentabilidad. Se ve claro cómo la aventura y la conservación pueden unirse aquí y proteger sus recursos con los que el turismo otorga, estableciendo conciencias nuevas en lugares ricos pero arrasados durante décadas. “¡Cronch!, ¡crack!”, se escucha entre las ramas. La cámara apunta veloz, pero no… esta vez tampoco. “Todo llega a su tiempo”, confía nuestro guía. 

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Detox citadino

La lejanía del aeropuerto nos distancia del lomo marrón del Paraná y apenas vemos algo de Resistencia, la ciudad de las esculturas. Ni bien aterrizamos, está allí, alto y sonriente, Hermann Feldkamp, un viejo conocido para este redactor, que integra parte de los ocho privilegiados que festejaremos el cumpleaños número 10 del Parque Nacional El Impenetrable estrenando una travesía igual a ninguna otra, gracias a la alianza de Rewilding Experience (@rewilding_experiences) con Pura Vida Ecoaventura (@puravidaecoaventura). Mientras se cargan los kayaks, el guía entrerriano con más de 20 años sobre ríos nacionales e internacionales explica qué habrá de venir: “No vamos sólo a navegar, vamos a sentir la naturaleza en primera persona. Prepárense, esto es distinto a otras expediciones”. 

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Su trabajo con la fundación incluye la filosofía en la que el turismo toma un rol clave, apalancando el cuidado y la recuperación de las especies y ambientes de esta región. Con esa impronta recorreremos 70 km del Bermejo, desandando también a pie selvas y montes en galería, y disfrutando, claro, de aspectos premium que los campamentos de lujo ofrecen, con comidas gourmet a manos de pobladores locales.

Día 1: estrellas por mil

Partimos al paraje La Armonía, el gran portal del parque. Al llegar nos sorprenden unas carpas africanas impecables: somier de dos plazas, baño con agua caliente, escritorio… el confort parece garantizado. Pero es tal la emoción, que algunos nos tragamos la comida. Ya queremos caminar, navegar, abrazar un yaguareté. “Exploremos un rato”, propone Hermann atento a la ansiedad, y emprendemos así la una salida de dos horas que permite interpretar un poco de la curiosa flora del monte, y tener un breve encuentro con pecaríes, una corzuela y un yacaré con la boca abierta mostrando su impecable dentadura. Al volver nos sorprenden: iremos a cenar a la casa de Zulma, nuestra primera anfitriona local. Y vaya si la sorpresa es buena. Son sus manos las que dan vida a un fabuloso guiso, mezcla de tradición nativa con la formación culinaria que, entre los oficios, ha proporcionado a más de 15 pobladores del programa Emprendedores por Naturaleza. Se arma luego una linda charla sobre lo que implica vivir allí, tan a mano de este vergel y lejos de la ciudad, pese a que a unos metros el televisor trasmite noticias de CABA y sus ruidosas calles. El contraste es más grande aún al volver: estrellas por mil iluminan el campamento y cuesta dormirse por no dejar de ver ese espectáculo. 

Día 2: la intriga de las huellas

“Me gusta levantarme antes de la salida del sol y ver cómo se inicia el movimiento de la vida. Ir tras las huellas. Da intriga la marca de un animal al que no vimos, pero estuvo ahí”, dice Hermann al pie del fogón mientas desarrolla su ritual del mate. Desayuno mediante, visitamos la Escuela Taller donde varios pobladores han adquirido herramientas de desarrollo, desde la fabricación de dulces al arte del tejido. Algunos hacen compras para sus familiares, mientras el resto carga agua y manda mensajes ante la pronta pérdida de señal. Nos esperan tres horas en 4x4 hasta Los Palmares, los pagos de Mariana y su coloso Bermejo. A medida que avanza la camioneta, al camino lo devora la selva, y cuando ya cabeceamos, su vaivén se detiene. Se presenta entonces un desfile de glampings en el lecho arenoso.
“¡Bienvenidos!”, dice la experta en interpretación de montes en galería, que nos acompaña para dejar nuestras cosas al pie del río. Imponente en arenales y un follaje que lo abraza, el caudal del Bermejo de veras hipnotiza. Algo de vértigo sobreviene en algunas caras: saberse sobre esa mole marrón cobriza que avanza y avanza, no parece sencillo. Caminamos, charlamos y observamos junto a Mariana la inmensidad de todo esto. Y chequeamos las mochilas para no llevar carga extra: anteojos y gorra, batería de la cámara, algo de abrigo para la mañana, agua, binoculares. Todo parece estar ok al caer la noche, cuando la cena en la carpa comedor, a metros del río, anuncia una mañana prometedora.  

Día 3: hombrecitos a la distancia

El amanecer esponjoso trasluce la figura brumosa de pequeños hombrecitos aguardándonos a la vera del río. Son los jabirú, las cigüeñas más grandes de Sudamérica con 1,30 m de altura. Aliviados, avanzamos hacia ellas hasta que vuelan en bandada y, a otros cientos de metros, vemos la costa repleta de huellas: aves, felinos, yacarés han estado aquí anoche. Iniciamos los preparativos para salir, apagando el fuego, cargando las carpas, llenando tambuchos, ajustando lentes, y al fin empujamos el kayak en el agua. Poco después, sólo nos dejamos llevar, cortejados por la inmensidad y la vigilia de la lancha de apoyo que conducen Darío y Roni, y la pilchera, a cargo de Carlín. 

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En las primeras dos horas todo es nuevo y hemos cruzado (rasantes algunas, inalcanzables otras), parte de las 300 especies de aves que habitan la región. Maticos y naranjeros dando su fiesta de canto y color, un martín pescador en acción y el alma de gato (tingazú) haciendo honor a su nombre con su larguísima cola extendida. Darío Soraire, experto timonel, no habla mucho. Pero cuando lo hace, su palabra vale oro: “Un tapir”, suelta. Y todos giramos la cabeza como un trompo: “¿Dónde?, ¿dónde?”. El guía de ojos biónicos, que puede ver un ave a cientos de metros o identificar un yacaré escondido con astucia ninja, aporta no sólo experiencia sino ojos extra para lo importante. Frenamos al almuerzo en una parada clave, y después de reponer energía completamos otras tres horas de kayak hasta el campamento, redondeando así los primeros 30 km. Sólo queda caer rendidos.  

Día 4: dejarse llevar

Si bien se rema bastante, el río hace lo suyo y los brazos, con algo de elongación, resisten sin problema. Ayuda también alternar con caminatas por la costa del río, como para que el cuerpo trabaje parejo. Esos paseos, en silencio, regalan la foto de un tapir que baja a tomar agua, unas piaras de pecaríes labiados y charatas que nos dan un gran concierto antes de volar. Además de aves, se ven varios yacarés, corzuelas y tatús bolita. Pero hay afortunados que han tenido a ojo de cámara un oso hormiguero gigante o un aguará guazú. Los yaguaretés sí, son imposibles, pero no perdemos la esperanza. Sobre todo al enterarnos de que se liberará aquí una hembra, un hito que busca aumentar la biodiversidad genética, como cuenta Eugenia Obligado, bióloga y fotógrafa de naturaleza que también nos acompaña. 

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Este día remamos dos horas y, tras el almuerzo, tres más, sintiéndonos verdaderos navegantes, con 60 km ya sobre la espalda. Regresamos a las carpas, anhelando el braceado al disco que inicia su derrotero: fuego, charla y mate hasta la gran cena. Por suerte estas carpas son comodísimas y permiten descansar para que la aventura sea plena. Así que bien comidos y con el catre listo, oímos el ulular del ñacurutú, el búho grande de esta zona que nos acuna hasta el nuevo día.  

Día 5: entre Chaco y Formosa

Queda una jornada de remada y las charatas lo saben. Han decidido cantar mucho, justo al límite entre lo maravilloso y lo insoportable. Todo el mundo ya está arriba y atento al objetivo de llegar el camping de Puerto San Jorge, distante unos 15 km. Disfrutamos aún más del río, sabiendo que llega el final. Al dividir las dos provincias, frenamos a uno y otro lado, y no falta quien bromea: “Ahora estoy en Chaco. Ahora en Formosa”. Al ver el puerto, empieza a concluir la expedición que nos deja en la vieja estancia La Fidelidad y en el Comedor Qaramta, atendido por la Asociación de vecinos del Paraje La Armonía. Comemos e intercambiamos sensaciones. Cada tanto regresamos a la orilla, con cierta nostalgia. 

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“Es un río con carácter. Algunos pobladores lo creen traicionero, pero sólo en tiempos de lluvias en Bolivia, en las yungas argentinas y el Parque Nacional Baritú, cuando se alimenta de ríos como el Pescado, el Blanco y San Francisco, culpable éste último de su tono cobrizo y sedimentoso. En esas épocas es de temer, con una fuerza que trae hasta troncos inmensos. Pero las travesías se hacen en momentos donde se muestra calmo, como ahora”, explica Hermann. 
Partimos luego para el casco de la vieja estancia, emblema de la zona, y regresamos al paraje La Armonía. Allí la noche termina en lo de Esteban. Él también se formó como Zulma para la elaboración de comidas típicas como el mbeyú o la torta parrilla, incorporando también la idea del Km 0, que utiliza alimentos cercanos (aquí de Castelli), generando trabajo local y menos impacto. 

Día 6: todo a su tiempo

La idea de juntar fondos para invertir en espacios de conservación se extiende hoy a Aves Argentinas, Fundación Biodiversidad, Fundación Natura (que promueve un parque nacional en Catamarca), y claro, Rewilding Argentina. El día final da cuenta de ello con la experiencia de haberlo vivido en primera persona, con un grupo sólido y bien comandado por sus guías. Es tal la onda que en nuestra última sobremesa se planifica la bajada del río Corrientes en 5 días de navegación. Recordamos experiencias personales, como aquel día en Palmares cuando un zorro de monte se paseaba sin miedo entre las carpas.

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 “Cuando la fauna no es perturbada, se adapta y comparte su hábitat”, dice Hermann, y se larga a contar cómo fue que arrancó con los kayaks allá por 2005, remontando con dos amigos unos 2.000 km del río Uruguay, desde Brasil a Puerto Madero, haciendo escalas para difundir el mensaje “río libre para pueblos libres” en contra de las pasteras. Después vino Iberá, el río Santa Cruz, Bahía (Brasil) y el Caribe colombiano. “Pero nada se compara a esto”, asegura. Ahora lo entendemos. 

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Pablo Donadío

Pablo Donadío

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