El momento más esperado: perdiz en pleno vuelo, dejándola que tome distancia para que los perdigones se desconcentren y sólo alguno le pegue, lo que permitirá que el perro haga su aporte y el cazador la lleve a la olla. Foto: Horacio Gallo.

Debido al clima, las perras comenzaron a alejarse del rango de distancia con el cazador. Las llamamos, las calmamos con caricias y, mágicamente, volvieron a trabajar cerca. El laceo de Mía y Alice fue impecable. Foto: Horacio Gallo

Debido al clima, las perras comenzaron a alejarse del rango de distancia con el cazador. Las llamamos, las calmamos con caricias y, mágicamente, volvieron a trabajar cerca. El laceo de Mía y Alice fue impecable. Foto: Horacio Gallo

Debido al clima, las perras comenzaron a alejarse del rango de distancia con el cazador. Las llamamos, las calmamos con caricias y, mágicamente, volvieron a trabajar cerca. El laceo de Mía y Alice fue impecable. Foto: Horacio Gallo

CIERRE DE TEMPORADA

Cuando el clima no detiene la pasión por la caza menor

Labardén es más que una tradición: es un reencuentro con afectos, perros fieles y la naturaleza en su estado más puro. A pesar del viento, el frío y la escarcha, la última salida del año reafirma que en 2025 vivimos una temporada excepcional de perdices, aunque con escasos cazadores en los campos.

Por Horacio Gallo

Las jornadas de caza menor en Labardén siempre tienen un sabor especial. No es casualidad que iniciemos y cerremos allí cada temporada: hay afectos y rituales que pesan más que cualquier otro motivo. Este año, desde la apertura en mayo hasta mediados de junio, el clima fue más benigno de lo habitual, con temperaturas altas, pastos largos, poca lluvia y una molesta presencia de mosquitos. Pero a partir de mediados de junio, el panorama cambió: llegaron el frío, el viento, las lluvias y una baja en la vegetación, con la ventaja de una notable reducción en los insectos.

En esta oportunidad, fue el frío de julio el que dominó la escena. Aún así, cuando la pasión manda y la vida lo permite, salimos a disfrutar una de las últimas recorridas del año junto a Daniel Callisto y nuestras infalibles bretonas, Mía y Alice. La cacería se extendió por dos días y medio, con cupos cumplidos con holgura. Ambas jornadas estuvieron marcadas por el clima adverso, pero la segunda fue especialmente dura: tras una madrugada de lluvia, el viento y las bajas temperaturas se intensificaron.
Los caminos blandos y por momentos traicioneros nos obligaron a extremar cuidados con los vehículos. Visitamos dos campos nuevos, ambos ganaderos, con cultivos dedicados a la invernada. A pesar de las condiciones del terreno, las perras desplegaron todo su instinto. Mía y Alice, con apenas año y medio de edad, afrontan su segunda temporada con una evolución notable. Su trabajo en equipo fue impecable: Mía se lució por su intensidad en el rastreo; Alice, por su temple y precisión en la muestra. Juntas ofrecieron un laceo tan preciso como vistoso.

El frío intenso, el viento y la escarcha mantuvieron a las perdices echadas hasta pasado el mediodía. Esa falta de movimiento complicaba la detección de emanaciones, y las bretonas comenzaron a alejarse del rango ideal. Entonces hicimos una pausa: rodilla en tierra, las llamamos, las calmamos con caricias. El efecto fue inmediato. Volvieron a trabajar cerca, más concentradas. Esta experiencia refuerza una idea clave: no alcanza con conocer el terreno o dominar técnicas de caza. Hay que saber leer y manejar a nuestros perros.

Por qué cambiar de municiones

En cuanto al equipo, Daniel utilizó su escopeta superpuesta Browning calibre 12/70 con cartuchos de 28 gramos y munición número 8. Yo llevé mi Silma superpuesta calibre 20, también con 28 gramos pero con munición 7,5. Con el correr de las horas notamos que esta carga era insuficiente para las condiciones de viento y frío. Una munición número 5 con 32 gramos habría sido mucho más efectiva, pero no disponíamos de ella. El sábado, con mejor temperatura, los aciertos rondaron el 95 %; el domingo, con condiciones similares de tiro, apenas alcanzamos el 50 %. También aprovechamos la jornada para observar la diferencia en la visibilidad entre cazadores que usaban chalecos oscuros y quienes llevaban prendas con bandas refractarias y gorras naranjas. La mejora en la seguridad fue notoria.
Un dato que nos llamó la atención fue la merma en la cantidad de cazadores en el campo respecto del año anterior. Creemos que esto puede explicarse por el fuerte aumento en los costos de la actividad: cartuchos, combustible, comida y, si es necesario, alojamiento. Para confirmarlo, ya realizamos un pedido formal al Ministerio de Asuntos Agrarios, solicitando cifras oficiales sobre licencias emitidas en 2024 y 2025, pero al cierre de esta edición aún no habían llegado.

Respecto de la densidad de perdices, fue buena a lo largo de la temporada, incluso superior a la del año pasado. Pese al frío hostil del mes de julio (en la segunda jornada llegamos a -2 °C), las piezas comenzaron a moverse pasado el mediodía, cuando el sol templó el aire y secó el pasto. Eso generó las tan esperadas emanaciones que las perras aprovecharon para trabajar con precisión. Las ráfagas de viento dificultaron algunos disparos, pero también pusieron a prueba nuestra experiencia y temple, lo que le da un sabor especial a estas salidas. Sin perros, es probable que no hubiéramos levantado ni una sola pieza.
Como siempre, más allá del número final, lo que queda es el recuerdo de una experiencia compartida, del trabajo fino de las bretonas y del contacto directo con la naturaleza en estado puro. Tras la cacería, nos fuimos a casa a homenajear a nuestros anfitriones, Betty y Juan Carlos -quien celebraba su cumpleaños- con unas pizzas caseras que, entre risas y anécdotas, fueron dignas de la mejor pizzería. Labardén, una vez más, nos regaló una jornada que vale la pena contar. Y compartir.

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