Debajo del planterío que emerge en superficie, con su línea lateral la tararira detecta la distancia y dirección del ser que ha intrusado su territorio. Sumergida en 50 cm de agua y con sus ojos ubicados en la parte superior de la cabeza, el cono de visión de 60 grados finalmente visualiza, justo encima, esa rana que va a devorarse. Decidida, lanza entonces con un fuerte golpe de su aleta caudal su furibundo ataque. La vegetación le jugó en contra y falla por poco, pero la fuerza de su salto le entrega al pescador la más magnífica escena de la pesca en superficie: el pique violento de una tararira.
Sin perder la calma, el pescador continúa stickeando su artificial (pequeños tirones que provocan una acción de zig zag) hasta salir del yuyal y el predador abandona su refugio hacia aguas limpias y en un voraz arrebato engulle la rana de goma atacando desde atrás. El pescador espera dos, tres, cuatro eternos segundos y finalmente clava. El anzuelo doble del artificial se hinca en las dentadas mandíbulas de la hopliass, que comienza a saltar y bucear buscando zafar del imprevisto incordio. Este tipo de emociones se repitieron decenas de veces en las últimas dos horas de pesca de nuestro relevamiento en Gualeguay.
Pero este corolario de un relato que empieza a escribirse por el final cerrando la jornada a puro pique de taruchas en una estancia, comenzó mucho antes y con otro objetivo: pescar dorados y tarariras en el Pavón y el Tala, respectivamente. Nuestro anfitrión: Jorge Cot, un guía que encierra todas las virtudes del ser entrerriano, un tipo dado en la amistad, gran cebador de mates y enamorado de su terruño.
Nota publicada en la edición 494 de Weekend, noviembre de 2013. Si querés adquirir el ejemplar, llamá al Tel.: (011) 4341-8900. Para suscribirte a la revista y recibirla sin cargo en tu domicilio, clickeá aquí.
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