Santa Marta es puro paisaje, donde el mar Caribe se fusiona con las montañas cargadas de tupida naturaleza. Tierra de comunidades originarias y de un pintoresco casco histórico que la posiciona como una de las poblaciones más antiguas del continente. La “perla de América”, como suele llamarse a la ciudad, está recostada sobre la extensa Sierra Nevada, declarada en 1979 Patrimonio de la Humanidad por la Unesco y reserva de biosfera. Se trata de la montaña costera más alta del mundo: 5.775 msnm. En este cordón habitan unos 30.000 mil indígenas de las etnias kogi, arhuaco, kankuaro y wiwa, que viven en medio de fantásticos escenarios naturales que invitan al trekking, y al disfrute de safaris fotográficos y avistaje de aves, entre otras actividades. De un lado, las montañas, y del otro, el mar, donde sin duda las variadas playas se presentan como el principal atractivo, bajo una temperatura que promedia los 30 ºC todo el año. Si bien cualquier época es buena, la mejor temporada despunta entre diciembre y abril. Desde Buenos Aires, la aerolínea Avianca inauguró nuevas rutas en vuelos directos a Bogotá en seis horas, y de ahí un rápido trasbordo a Santa Marta, una hora más.
Entre los balnearios más recomendables aparece El Rodadero, con su gran amplitud, claras arenas y tal vez el parador más popular, ubicado a sólo 15’ de la zona céntrica. Desde aquí se puede llegar por mar hasta Playa Blanca, único balneario que ofrece a los turistas una experiencia extrema, porque permite conocer el lugar desde las alturas. Es habitual la práctica de canopy, que despierta esa increíble sensación de suspenderse en el aire a través de cables y poleas, y que realiza un recorrido en línea recta por encima de toda la franja marina. Bien cerca de El Rodadero se encuentra Inca Inca, una pequeña playa de aguas cristalinas, ideal para quienes buscan caminatas en las montañas linderas y disfrutar del perfecto combo entre el bosque seco tropical, la arena y el mar. Posee escasos servicios, dado que todo se concentra en El Rodadero (a sólo 8‘) con una amplia gama de paradores y restaurantes.
Otro sector que se merece visitar es el de Pozos Colorados, situado a pocos minutos del aeropuerto internacional Simón Bolívar. Se trata de un conjunto de playas donde las arenas blancas son una constante. Al ser una zona franca turística, a lo largo de la franja ribereña se despliegan numerosos resorts y hoteles, entre ellos el Mercure Santa Marta Emile, bien próximo a la playa para el completo disfrute de sus huéspedes (desde U$S 60 la habitación doble con desayuno buffet, piscina y carpa en la playa).
En la parte céntrica también se esparcen playas, aunque no son las más frecuentadas. Allí predomina la zona portuaria y el apostadero de La Marina con numerosos yates, veleros y otras embarcaciones. Se extiende el Malecón de Bastidas (nombre en homenaje al fundador de la ciudad, Rodrigo de Bastidas) o paseo costanero que invita a buenas caminatas, a tomar jugos tropicales o cervecitas artesanales en sus paradores. Es aconsejable estar allí en horas del atardecer para poder apreciar las magníficas puestas del sol en el mar.
Circuito histórico y parques
Desde aquí parten las lanchas que llevan a Playa Grande (contrario a su nombre, es pequeña) donde las principales actividades son el buceo, el snorkel y los recorridos en kayak en medio de un paisaje espectacular. En el trayecto se observa el faro de Santa Marta, símbolo de la ciudad, ubicado en el gran islote rocoso de El Morro, que también se aprecia desde la costa. Esta zona, al norte de la ciudad, se denomina Taganga y es una villa de pescadores que discurre entre el mar y la montaña, como casi todo en esta región colombiana.
Bien cerca del Malecón se conserva el añejo y pintoresco casco histórico de la ciudad, la primera fundada en Sudamérica, allá por 1525. Aún así, de aquel primitivo asentamiento, Santa Marta tiene un antes y un después del terremoto de 1834, que acabó con muchas construcciones. Lo que aún se mantiene en pie, conserva su estilo colonial y su impronta de tiempos remotos. Absolutamente pintada de blanco, la Catedral Basílica sobresale en el circuito turístico que vale la pena realizarse a pie. Fue construida en el siglo XVIII y aquí reposan los restos del corazón y las entrañas del Libertador Simón Bolívar, como también las cenizas del fundador, Rodrigo de Bastidas. Es la catedral más antigua del país, posee una arquitectura de estilo romano renacentista, y los cuadros y esculturas son de madera policromada. Frente al templo se encuentra la Alcaldía, donde también funcionaba la primitiva cárcel; y la Casa de Madame Augustine (dama francesa de quien se rumoreaba tenía amoríos con Próspero Reverand, médico de Simón Bolívar), construida en 1745 y hoy sede del museo arqueológico.
Gastronomía típica
Está bueno perderse por las angostas callecitas plagadas de locales y viviendas multicolores, destacables balcones, vendedores callejeros y una fisonomía sencilla y ordenada. Los sanmarios (gentilicio de los nacidos aquí) son de carácter muy amable, alegre y hospitalario; abunda la música de Carlos Vives (hijo pródigo de la ciudad) que se escucha en los barcitos, donde los tragos a base de frutas están a la orden del día. En los restaurantes hay que probar el chipi chipi (exquisito molusco), el pescado frito, los patacones, el arroz con coco y las cocadas; típicas delicias lugareñas.
Apenas unas cuadras habrá que hacer para llegar al Parque Bolívar, con la imponente estatua del libertador, jardines y fuentes de agua. Este amplio espacio verde mira hacia el mar y al monumento de Bastidas. Bien cerca, la plaza Juan Valdez, famoso cafetero colombiano. Hoy un gran número de locales con su nombre ofrecen las distintas variables del café, símbolo también de la industria colombiana y uno de los principales recursos exportables a nivel internacional. Frente al parque, el Museo del Oro Tayrona en la llamada Casa de la Aduana, permite recorrer los espacios de arte de la cultura y legado de los indígenas de esta etnia, con más de 500 vestigios prehispánicos hechos en este metal precioso, pero también en piedra, madera y cerámica. En esta casa se hospedó unos días Simón Bolívar cuando llegó a Santa Marta el 1 de diciembre de 1830. Fue el lugar donde su cuerpo fue velado el 17 de diciembre de ese mismo año.
Alusivo al Libertador, merece una visita a la cercana Quinta de San Pedro Alejandrino, monumento nacional y última morada de Bolívar, donde falleció. Es una antigua finca rodeada de bosque y muy próxima al río Manzanares. Se dedicaba a la producción de ron, miel y panela. En una de las habitaciones del casco, construido en el siglo XVII se conserva intacta la cama, mobiliario y pertenencias. En homenaje se construyó un panteón que puede ser visitado.
Si de fútbol se trata, habrá que llegarse hasta el estadio Eduardo Santos para sacarse una foto junto a la estatua del sanmario Carlos Alberto El Pibe Valderrama, uno de los mejores jugadores del balonpié colombiano, actualmente dedicado al periodismo deportivo en su país.
Los alrededores de Santa Marta también ofrecen lugares para agendar. Hacia el norte se encuentra el Parque Nacional Natural Tayrona, situado a 34 km de la ciudad por la Troncal del Caribe, y con una extensión de 15.000 ha, de las cuales 3.000 ocupan la franja marina. Uno de los principales escenarios del predio es la colosal montaña de Sierra Nevada, sitio ideal para el trekking y los recorridos por senderos de selva tropical que llevan a cascadas y travesías surcando los ríos internos. Para alojarse, el parque cuenta con cabañas (desde U$S 100 por día para dos personas con desayuno) y un completo camping. Si se llega hasta la costa, asombran las paradisíacas playas de Cinto, Concha, Playa Cristal, Chengue, Neguanje, Gayraca y Guachaquita, entre otras. Siguiendo por la carretera, unos 10 km más adelante se llega al curioso Laberinto Macondo (foto abajo), el más grande del país. Es un divertido circuito natural entre senderos, algunos sin salida y otros que conectan a distintas estaciones temáticas (la entrada ronda los U$S 20). Allí también hay otro laberinto en piedra, una huerta agroecológica y un restaurante campestre.
Finalmente, por la misma vía y tras recorrer unos 20 km, arribamos al Parque Arqueológico Taironaka, que se esparce entre el río Don Diego y las montañas de la Sierra Nevada. Este reservorio natural es conocido por las ruinas prehispánicas de las civilizaciones indígenas que habitaron la zona (imperdible la caminata por el tupido bosque hasta las terrazas espirituales). Resulta ideal, además, un buen almuerzo en el restó rodeado de naturaleza, el pernocte en las cabañas y la apacible bajada en gomones por el río (tubbing, a un costo de U$S 20) hasta su desembocadura en el mar Caribe. Increíble experiencia para cerrar a pleno esta maravillosa aventura.
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