Tuesday 23 de April de 2024
TURISMO | 28-10-2019 18:39

Cuba: contraste perfecto de colores

Del show de mulatas en La Habana al blanco archipiélago Jardines del Rey –Cayo Coco y Cayo Guillermo–, previo paseo en auto antiguo y una visita al Tropicana, para finalizar degustando langosta.

El sol se hunde en el mar en Cuba y en un ambiente de película de gangsters, llegamos a destino: el legendario Cabaret Tropicana. Comienza la cena bajo las estrellas, como cuando en los ’50 este era “el cabaret más famoso del mundo” –meca de la mafia italo-norteamericana–, donde se presentaban Carmen Miranda, Pedro Vargas, Nat King Cole y Josephine Baker, la célebre Platanitos que bailaba semidesnuda cubierta por una minifalda de bananas. 
Una descarga de tambores abre el show y de tarimas en los árboles bajan hombres y mujeres sin menos ropa que en cualquier playa del mundo, seres en trance dionisíaco con refinada sensualidad, sacudiéndose endiablados. Ninfas salvajes atraviesan pasarelas aéreas entre la vegetación hasta un escenario circular rodeado por las mesas. Una orquesta frasea arreglos de vientos a lo big band de jazz y hay tanto pinceladas de ballet clásico como ritmos afrocubanos. Músicos y cantantes galopan sobre el patrimonio sonoro completo de la isla: rumbas, mambos, danzones, chachachás, sones y trepidantes congas de carnaval.

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Cayos all inclusive

Vuelo rumbo a Jardines del Rey y a la hora de viaje la nave sobrevuela la cayería norte de la isla: planeamos sobre una descomunal pileta con 2.517 cayos rodeados de una transparencia tan perfecta que, desde el cielo, veo el fondo dorado del mar con sus corales. Son miles de hectáreas de agua inmóvil entre manglares e islas vírgenes con espesores verdes. En la lejanía, un conjunto de puntitos rosados me desorienta hasta que de repente remontan vuelo: son centenares de flamencos. 
Al rato veo al mar dividirse en dos como en una escena bíblica: una gran serpiente marina ingresa en las aguas: es el petraplén de 17 kilómetros que une la isla de Cuba con el archipiélago Jardines del Rey. El avión desciende como si fuese a amerizar y por un instante temo. Pero estamos sobre el asfalto firme de Cayo Coco, donde todos los días aterrizan vuelos desde Europa y Canadá. Miro por la ventanilla y descubro arena blanca, ya al borde de la pista.
Este es un cayo all inclusive, ese modo de viaje en el que una pulserita mágica nos abre las puertas –casi sin límite– a toda clase de delicias y tragos tropicales. La mayoría de los hoteles aquí tienen una recepción sin paredes para que la exuberancia vegetal e incluso las aves lo invadan todo desde el momento en que uno llega: una comitiva nos espera con los primeros daikiris y mojitos de rigor. Y comienza la fiesta: una banda de latin-jazz interpreta una versión bailable del clásico Chan Chan de Compay Segundo. Hay virtuosos solos de saxo y trompeta mientras un recepcionista intenta contener el ritmo que le sube por la cintura mientras nos hace al check-in. Un hombre de vigilancia con walkie talkie –más serio– sigue el compás con un pie. Y una señora que le saca lustre al mármol directamente baila con el secador de piso. 

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La música está omnipresente durante un viaje a Cuba casi todo tiempo y lugar. En los hoteles uno se asombra con músicos que están por todas partes –el lobby, la playa, el restaurante– y se pasean con naturalidad por un nocturno de Chopin, un bolero de Bola de Nieve y un songo de los Van Van. 
El hotel al que hemos llegado es como el arquetipo: una mini ciudad alrededor de una gran piscina junto a un escenario: todas las noches hay un sofisticado show con su director artístico y banda en vivo –en Cuba la música siempre es de carne y hueso– interpretando piezas de danza africana, clásica, salsa y son tradicional, alternadas con acrobacias, humoristas y refinados números al estilo Tropicana: uno puede estar dos semanas alojado aquí y el espectáculo no se repetirá una sola vez. Y los animadores se las ingeniarán para que el público baile y se incorpore al show.

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La favorita de Hemingway 

En un lugar como este –con todo incluido– el riesgo mayor es el de achancharse, en un sentido metafórico y literal. Por eso lo recomendable es no quedarse muy quieto y tomar excursiones para conocer esta zona bautizada Jardines del Rey por el conquistador Diego Velázquez en 1513, bajo el impacto de su belleza. Coco es el mayor de estos cayos y está unido por un puente de 300 metros al Cayo Guillermo, más pequeño y virginal (entre los dos suman 17 hoteles).
Vamos a Cayo Guillermo para conocer la que muchos consideran la playa más bonita de Cuba, llamada Pilar, nombre inspirado en el del yate con el que el escritor Ernest Hemingway llegaba aquí, a la que era su playa favorita aun aislada casi de toda civilización. Mide 500 m y sus infinitesimales granos de arena casi esféricos parecen harina de coral, formando dunas de hasta 15 m de altura. 
Nos instalamos en el Ranchón Playa Pilar a saborear una fresca langosta por 16 dólares, para luego recostarnos en una reposera a la sombra de una palapa de hojas de palma: no hay palmeras en esta minimalista playa donde todo es blancura radiante y transparencia. Luego de la siesta vamos en lancha al deshabitado Cayo Medialuna para hacer snorkeling entre peces de colores. Me sumerjo un metro bajo el agua y aparezco en el centro de un cardumen con cientos de peces rojinegros. Salgo de la nube de peces y nado entre edificios de coral multicolor: sus habitantes son el pez de cristal, con el cuerpo transparente que trasluce la columna vertebral; el pez mariposa con aletas en forma de ala, el pez papagayo con la boca como pico; y simpáticos caballitos de mar con galope erguido dejando una estela de burbujas.

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Para agendar

En La Habana hay autos antiguos colectivos en los que se viaja por un dólar y otros más relucientes –en general descapotables– en los que un city tour cuesta U$S 25.
En el hotel Sol Cayo Guillermo, una playa de 1,2 kilómetro de largo cumple las condiciones para el kite-surf, esa mezcla de parapente con esquí acuático y surf. 
Un baño de 15 minutos con delfines cuesta U$S 55, incluyendo un baile con ellos, besitos mutuos y sesión de aplausos con aletas.

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