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PESCA | 23-05-2019 12:53

Fiesta con mosca en el Paraná Inferior

Exploramos los riachos que conforman el polígono San Lorenzo, Victoria y Rosario. Excelente pesca de doradillos, tarariras, pirá pitás y chafalotes.
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Con el Paraná Inferior en un gran momento piscatorio, surgió la idea de pescarlo dos días con campamento en las islas. Viviendo el río bien de adentro, de la manera más íntima, amaneciendo en los mismos pesqueros para ver cazar los dorados con el primer rayo de luz, mientras corren los amargos mañaneros. El sitio de pesca elegido fue el enorme polígono deltaico entre San Lorenzo, Victoria y Rosario, tomando a esta última ciudad como base de operaciones. La expedición se compondría por quien escribe, junto a Leandro de Corso y Daniel Matungazo Demaría, como guía y gran conocedor de este laberinto insular. Hacía tiempo que nos debíamos una salida con Daniel por su don de gente, lo proactivo al pescar y su mente abierta. Mientras otros profesionales o pescadores de la región resultan excesivamente doradocentristas con mosca, Daniel le entra a todo: desde mojarras hasta pintados. Filosóficamente, ambos coincidimos que a mayor variada mayor diversión. Y que cualquier pez, hasta el más pequeño o inimaginado, tiene algo interesante para enseñarnos.

La salida arrancó navegando aguas arriba, en dirección a San Lorenzo, para pescar en las barrancas donde el libertador San Martin inició la gesta libertadora en América. Estas imponentes geoformas generan puntas donde el agua se acelera, transformándose en un cazadero de las abundantes mojarras en tránsito. Semanas antes Daniel venía pescando cachorros de surubí con mosca de 2,5 a 6 kilos, difíciles pero no imposibles, aunque una figurita complicada al pescar anclados con peces cazando a vista y las imitaciones de mojarra peinando milimétricamente la tosca. Con equipos livianos y el pleno canal, cada vez que pinchaban uno debían soltar ancla para seguirlos. Incluso salieron un par de atigrados, aún más agresivos y peleadores que los pintados. Lamentablemente, cuando llegamos al lugar no los encontramos.

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Transferencia de conocimiento

Una de las asignaturas del viaje fue poner a prueba mi tecnología bolitera, depurada desde hace años con los omnívoros del Alto Paraná correntino. La diferencia es que en vez de imitar frutos, simularíamos los porotos de soja que caen desde las chatas o las palas cargadoras en una poderosa área portuaria ligada a una zona núcleo agrícola. Costó dar con los pirá pitás, pero cuando lo hicimos fue una fiesta. En aguas donde los ejemplares de más de 800 g son una rareza, dimos con salmones blancos de entre 1,2 y casi dos kilos, que alimentados hasta la saciedad con leguminosas lucían llamativamente robustos y rollizos. Pescarlos con equipos Nº 3 o 4 en aguas profundas y rápidas fue explosivo. Ante el suceso de las bolitas de silicona pensamos en la cantidad de bogones y armados esperando tan suculento bocado, aunque lamentablemente fuera de alcance porque son comedores de fondo, en profundidades portuarias inaccesibles para la mosca.

Con streamers, en las mismas estructuras portuarias y salidas de agua caliente, tuvimos mucha diversión con doradillos y chafalotes. Mientras los primeros y más dominantes se posicionaban en chiflones de agua rápida, o inmediatamente delante o detrás de la estructura, los fantasmas –chafalotes– se ubicaban aguas abajo, en amplios remansos laterales, muchas veces al acecho entre las rendijas de gaviones o bloques de cemento.

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Cachorros imposibles

Sorprendía la cantidad de rayas cazando mojarras, pegadas como ventosas a barrancas y pilotes. Allí vimos un par de cachorritos atropellando mojarras como desaforados, pero a pesar de que les tiramos durante una hora larga, no hubo caso con ellos.

Cayendo la tarde tomamos por el Careaga, adentrándonos en un paisaje completamente distinto: la gran planicie de inundación en un sitio diametralmente opuesto al antropoceno portuario. Cerca del lugar de pernocte, tras navegar casi dos horas, cerramos el día con unos doradillos de vadeo y en unas tierras altas churrasqueamos a la luz de la luna, junto a un tinto con hielo y varias historias que corrieron hasta altas horas de la noche. De hecho, una brisa suave corrió la mosquitada de tal manera que elegí vivaquear mirando las estrellas.

Apenas febo irrumpió con su claro, fuimos hacia los cortes en los albardones donde se escurría abundante agua negra, tan cristalina como en los Esteros del Iberá. Envalentonado con el éxito del día anterior, y de vadeo con tiros de corta distancia, seguí con el mismo equipo Nº 4 y, como aerodinámicos streamers, trombas de pluma y craft de 12 cm. La jornada arrancó con un furioso doradillaje de 700 g a dos kilos, hasta que me llegó el primer cabezón de cuatro kilos, que a pata seca con semejante equipito fue verdaderamente épico. Viendo como lo intentaban caranchear otros ejemplares similares, nos distribuimos por esa misma pasada para tratar de pinchar otro. Uno verdaderamente precioso salió en la caña Nº 5 de El Matungo. Y un tercero, aún más grande, le picó a Lean al fino de la barranca, casi bajo sus pies. Lamentablemente, se le desprendió en el primer salto, dejándolo con una mezcla de enojo y tristeza que le duró semanas. Moviéndonos, por otros cortes, la acción siguió con más doradillos, hasta la saciedad.

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También tarariras

Para un final redondísimo faltaba el taruchaje, justamente la especialidad de Daniel. Con un río cargado, buscamos las Hoplias en los pocos secos existentes. Y el más productivo resultó ser los alrededores del rancho de Corrientes, un islero amigo de Daniel. Aunque parezca increíble en semejante inmensidad, con creciente muchos buenos pesqueros se generan cerca de las casas. Justamente, ubicadas exprofeso por ser las tierras que más tardan en taparse de agua.

Vadeando entre matorrales inundados, con el agua entre el tobillo y la ingle, dimos con una adrenalínica pesca mixta de doradillos y tarariras a vista, manteniendo los mismos equipos livianos, y bochincheros poppers y floppers. Mientras los amarillos picaban donde el agua se aceleraba, las taruchas lo hacían en los calmos, a cada lado de la corriente, o en las aguas más lentas de las orillas. Lean clavó un enorme cabeza amarga, cercano a los 800 g, que se desprendió antes que lo documentáramos.

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En un momento, entre los duraznillos, vi peces cazando mojarras que no respondieron al flopper. Cambié a un Clouser Minnow de marabou de 5 o 6 cm y casteé sobre lomos grises que en principio parecían sábalos pero que resultaron bogas.

Y una de ellas picó muy agresivamente dando una pelea terrible. Formaba parte de un inquieto cardumen que había invadido el bajo en busca de alevines e insectos terrestres en problemas. La aventura había llegado a su fin, una pesca como pocas, vivida intensamente con amigos queridos. A pesar de que el Homo sapiens se relacione de una manera tan ruin con el gran Paraná, aún nos sigue dando enormes alegrías con cada nueva inundación. Que así continúe.

Guía: Daniel Demaría, de Hoplias Rosario. E-mail: [email protected]. Cel.: (0341) 15-6048482.

 

Podés leer más notas como esta en la revista Weekend de mayo de 2019, n° 560.

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Diego Flores

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