Es la fórmula más popular en tiempos de bolsillos flacos: cerca, de costa y barato. Cualquier pesquero que reúna al menos dos de estas características es un golazo. Pero en este caso, para muchos se dan las tres condiciones. Y encima, con una cuarta que pudimos comprobar en nuestra visita: además de ser un pesquero a mano, orillero y donde no se paga entrada, la pesca fue por demás rendidora.
Hablamos del río Areco a la altura del puente de hierro que se cayó hace unos meses y desconectó la localidad de Lima con la de Alsina y Baradero. Así las cosas, o entramos por el lado de Alsina o, como en nuestro caso, entramos a Zárate a levantar carnada y seguimos camino a Lima, que luego se hace de tierra y, tras unos 20 km se corta en el río, mostrándonos vestigios del puente con vigas que salen del agua y retorcidos hierros que dan cuenta de la plataforma sumergida. Allí, inevitablemente, debemos dejar el auto. Y tomar lo justo y necesario para una pesca de caminatas, donde es clave moverse si tras una media hora no tenemos respuesta.
Bien preparados
Quien nos convocó a esta jornada de pesca costera, Alejandro Pérez, creador de las líneas Alep, venía frecuentando el lugar desde la ola polar de julio, logrando rindes dispares de acuerdo al día elegido, pero con una constante: entreverados entre pejes medianos que ya de por sí serían una dignísima cosecha en muelles del Guazú, se dieron ejemplares superlativos, de más de 700 gramos. Para un pesquero gratuito y costero, sin dudas nada mal. Al tiempo de nuestra visita, esos fríos intensos ya se habían disipado y gozábamos de un prematuro veranito de San Juan.
La expertisse y los testeos previos de nuestro anfitrión también nos alertaron de otro dato clave: contar con variedad de carnadas, pues el pejerrey en esta zona parece mutar de gustos a lo largo de una misma jornada. Así fue cómo en Zárate nos munimos de latas de isocas (que en lenguaje local serán indefectiblemente llamadas “bicho blanco”) y de una buena porción de mojarras, que se sumaron a nuestros filets de pejerrey coloreados de rojo y amarillo, y a los filets de sardinas en tono natural.
300 lanchas dieron vida a la fiesta del dorado
Los aparejos
Para esta pesca son sencillos: líneas de tres o cuatro boyas esféricas de 25 mm, un puntero pescador tradicional o el 2403 que trabaja invertido, con suficiente peso para posicionar la línea a unos 40 m cerca de la orilla opuesta y trabajar esperando que se acerque a nuestra posición. Como dijimos, los anzuelos no deben ser muy chicos, ya que los pejerreyes pueden llegar a ser de buen tamaño y si pecamos de usar una numeración baja, aseguraremos los chicos pero podremos perder al matungo del día.
Las cañas, de 4 a 4,25 m, las complementamos con un reel tipo 3500 o 3000 cargado con multifilamento de 20 mm. Un baldecito con aireador para mantener las mojarras frescas y un posacañas en “Y” griega para apoyar la caña y facilitar los encarnes complementaron las cosas necesarias para esta salida que –como dijimos– es de caminatas y nos obliga a ser austeros y no llevar elementos de más, aparte de lo que precisemos para nuestra alimentación e hidratación. Y hablando de “elementos”, uno que no faltó a la cita y vino por demás recargado fue Eolo, pues el día de nuestra visita sopló parejo en ráfagas de más de 40 km/h durante toda la jornada.
La pesca, de entrada
Afortunadamente, no hubo que esperar demasiado para calmar los nervios: en los primeros intentos las tres cañas (pues a Ale Pérez y este escriba se le sumó un compañero de Alejandro, Mateo) tuvimos pique enseguida, con pejerreyes que se recostaban más bien sobre la orilla opuesta a la nuestra. Primeras fotos y sonrisas. Pero habría más, pues en el segundo encarne, tras reponer las isocas faltantes, Alejandro metió un doblete y el pejerrey del puntero resultó un soberbio matungo de unos 600 gramos, mientras que Mateo trajo también otro tremendo ejemplar en su puntero pescador.
El viento complicaba las cosas y nos obligaba a calcular el desvío de trayectoria de la línea en el aire en cada lance, algo vital para poner el aparejo donde queríamos. Por suerte, la pesca a distancia fue sólo un rato y las flechas de plata empezaron a colaborar picando en el medio del cauce, por lo que un tiro de 20 metros ya nos ponía en carrera. Incluso hubo piques a sólo 3 o 4 m de nuestra orilla que nos regalaron un espectáculo visual magnífico al ver esas boyas salir disparadas. Es que este pejerrey del Areco, que es el mismo del Paraná, es un migrador voraz que en las últimas semanas viene comiendo todo lo que puede de cara a ganar energía para este mes que es el de la reproducción. Por eso no es raro dar aquí con verdaderos trofeos de más de un kilo, hembras seguramente que estarán con sus gónadas hiper desarrolladas.
El dato curioso fue lo que el propio Alejandro Pérez ya nos había anticipado: la rotación de preferencias de estos pejerreyes, que de repente cortaron toda acción en las boyas encarnadas con bicho blanco y pasaron a preferir aquellas en las que había una mojarra encarnada de cola a cabeza. Y cerca de las 11 de la mañana, cuando empezó a mermar el pique al compás de un viento que ya se hacía insufrible, pudimos prolongar la faena encarnando con filet coloreado y sardina. El filet de pejerrey teñido de amarillo y cortado en tiritas fue el engaño que resultó ganador por varios cuerpos. Claramente, cuando empezamos a usar cebos cárnicos activamos otras especies: se empezaron a dar sardinas y también doradillos, que salieron hasta en dobletes.
Sin duda, la presencia de pirayús, aún en pequeños tamaños como los que logramos (aunque los hay mayores) nos invitará a volver en pocas semanas por ellos, trayendo equipos de spinning ultraliviano o bien de fly cast. Voraces y saltarines, hacia el mediodía los doradillos dominaron la escena y decidimos poner fin a nuestra jornada.
Unos 35 ejemplares entre tres pescadores, con una decena que anduvieron entre 400 y 600 gramos, nos dejaron muy satisfechos en este fantástico lugar que, como todo pesquero público, debe ser cuidado y respetado. Sólo así podremos seguir disfrutando las bondades de sufridos cursos de llanura que todavía nos dan la posibilidad de divertirnos con el auto cerca y sin dejar la billetera en una tranquera o en el bolsillo de un guía.
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