Quién sigue la ruta del pejerrey, en este caso por el corredor de la autovía Nº 2, no puede desconocer el puesto de venta de carnadas que se encuentra a la altura del km 113. Allí encontramos un sitio que lleva el nombre de El Repollo y es una parada obligada para decenas de cañófilos que recorren esta importante ruta. El lugar regenteado ya hace tres generaciones por la Familia Lynch, se volvió un clásico que desde bien temprano encuentra a los pescadores surtiéndose de carnadas, líneas y un buen consejo de gente que sabe mucho de la pesca en la región.
En esta ocasión, vamos a destacar el notable gesto de Tomás y su hijo, quienes hace unos días se arrimaron al arroyo San Felipe, que cruza por debajo de la mencionada ruta 2, cerca de la zona conocida como del cementerio en Chascomús. Allí, en la laguna madre de la cuenca endorreica que abarca varios espejos, y que vienen sufriendo ya hace un par de años la falta de caudal de agua por la ausencia de lluvias, decidieron hacer un aporte. Se trata de un ámbito que desde tiempos inmemorables fue centro de atracción de miles y miles de aficionados pescadores, que fueron en búsqueda del preciado pejerrey, y que hoy no abunda como otros tiempos, ni tampoco tiene cantidad de pequeños peces que son alimento de otros y que dan vida a una laguna histórica.

Según charlamos con el hijo de Tomás, se vertieron alrededor de cinco tachos de mojarras que recién habían sido levantadas de otro lugar para su comercialización, y una parte importante ahora puebla el espejo. Tal vez algunas personas pueden considerar que mucho no aporta, aunque nosotros estamos convencidos que sí, siendo un granito de arena del pescador, una devolución al ámbito de lo mucho en satisfacciones que nos han brindado. La gran mayoría de los cañófilos no se habrán enterado y estas situaciones, que se suelen dar esporádicamente, no son nota habitual en este portal que hablamos de pesqueros rendidores, algunos los de siempre y otros que vamos descubriendo o reflotando del olvido, por eso queríamos brindar este acto de bien que bien vale, si pasa por el puesto, de estrechar la mano como reconocimiento.
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