Sunday 19 de January de 2025
PESCA | 28-12-2024 10:00

La Salada Grande de Madariaga y los pejerreyes del calor

El paraíso de flechas de plata de gran tamaño multiplica sus chances de visitarlo con el final de la veda. Hay cantidad y calidad, pero no se regalan. Cómo funciona el contra garete y por qué utilizar boyas chicas.
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Estamos en diciembre y la veda de pesca de pejerreyes en Buenos Aires ya es historia, por lo cual podremos volver a pescar entre semana y no sólo sábados, domingos y feriados. Esto abre un abanico fantástico de posibilidades fantástico para visitar la laguna que estuvo en el podio de los espejos palustres bonaerenses por la calidad de sus pejerreyes: hablamos de la Salada Grande, compartida por los partidos de General Madariaga y General Lavalle. Sucede que este espejo, muy a mano de quienes visiten el Partido de la Costa, es una excelente alternativa para romper los días de descanso estival con una jornada pejerreycera desafiando los matungos más grandes de nuestras aguas bonaerenses.

Las franjas más rendidoras

Y es clave cuando el calor empieza a apretar, aprovechar dos franjas de rindes bien marcados: la mañana y las últimas dos horas de sol. Si contamos –como afortunadamente ocurrió en esta visita– con una mañana fresquita donde se impone el uso de un buzo o camperita liviana, tendremos un día ideal para estar en el agua sin demoras desde el primer rayo, algo que se nos facilitó en el pesquero Chiozza, que da directamente al espejo central de la laguna y en donde las salidas se hacen sin demoras. Para ello, nuestro guía Enrique Villarejos –que tiene casilla propia en el pesquero– ya nos esperaba con la lancha lista y las mojarras aprontadas, mientras que con mi compañero Néstor viajamos toda la noche para estar justo al alba zarpando rumbo a la aventura. 

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Fueron apenas 5 minutos de marcha cuando el guía comenzó a detectar bulos que nos señalaba con su índice a diestra y siniestra, mostrándonos que estábamos en zona de gigantes. Anclamos cerca del callejón de Fernández, sobre una costa de juncos entre manchones de planteríos que dejaban pequeños ojos de agua libres donde podíamos trabajar las boyas. Pese a los bulos que seguían manifestando presencia de pejerreyes por doquier, los primeros en activar fueron los indeseables dientudos, sumados a poderosos bagres laguneros que en sus bravas peleas alteraban todo el ámbito cada vez que clavábamos uno. 
Finalmente, Enrique clavó un soberbio peje, de unos 40 cm, que devolvió diciendo “es chico”. Y lo que parecía una fanfarronería terminó, a la postre, siendo verdad. Movimos la lancha al rato hacia la costa del pesquero Chiozza, que tiene casi 2 km de campo donde desplazarse, incluso para hacer intentos orilleros, y anclamos en una profundidad de 70 cm aproximadamente. Allí Enrique amplió sus diferencias con nosotros logrando tres capturas más de pejerreyes bien nutridos y peleadores, mientras que con mi compañero sólo llevábamos una por gorra. 
Fue cuando Villarejo soltó una frase que sería determinante: “Cambien las boyas, muchachos, usen boyas chicas”. Y como donde manda capitán no manda marinero y el que obtiene resultados sin dudas es el que hace las cosas bien, hurgamos en nuestras valijas buscando esas boyas tipo aceituna que usaba el guía, con un palito y una pequeña bolita al final, para marcar el pique. “No se hagan problema”, dijo Enrique y de su valija sacó dos líneas más armadas del mismo modo, con idénticos flotadores y bajadas de entre 20 y 40 cm. “Usen éstas”, sentenció el guía, que en su economía de palabras se nota que habla solo cuando debe hacerlo y sus sugerencias no pueden desoírse. Y así pues, todos terminamos con esas boyas y la suerte cambió para bien. El combo quedó compuesto entonces por cañas de 4 a 4,2 m, reeles medianos frontales cargados con multifilamento del 0,16 y línea de tres boyas del formato descripto, con anzuelos Nº 1 al 2/0 encarnados con una mojarra de cola a cabeza.

Contra garete

A media mañana una suave brisa empezó a intensificarse. Y fue el momento de cambiar la técnica de búsqueda: ya no más esperas anclados, sino un trabajo fino a contra garete: un lento desplazamiento de la lancha regulando la soga del ancla atada de tolete (en el medio de la embarcación) para que ésta vaya tocando fondo semi levantado. Los pescadores, en vez de tirar hacia el lado del ancla dejando que las boyas se alejen, hacemos lo contrario, tiramos hacia el lugar adonde va a llegar el bote en su desplazamiento, recogiendo cuando estamos casi encima de las boyas y volviendo a tirar hacia adelante. En mi caso, por ubicarme en proa, tiraba en diagonal, dejando pasar la línea hacia atrás del bote, cosa que me dio mucho resultado.

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Empezamos a lograr capturas en esta buena forma de búsqueda ayudados por el viento. Pejerreyes de 700 a 900 gramos eran los más frecuentes, pero ocasionalmente también empezamos a pasar la barrera del kilo. Tomando unos dientudos, hice prolijos filets que no me marcaron diferencias con la mojarra, siendo preferible éstas últimas a la lonja de carne propuesta. Pero había que hacer el intento. El dato curioso es que pese al enorme tamaño de estas flechas de plata, los pique eran sutiles, nada desesperados. Y hasta muchas veces ocurrió que, viendo el pique –por ejemplo en la primera boya–, al clavar pinchábamos un peje en la última que no había evidenciado su presencia. Así de sutiles están, por eso el consejo del guía de achicar boyas para facilitarles la llevada.
Finalmente, tuve la suerte de lograr el pescado del día, un soberbio pejerrey que al clavarlo hizo estallar el agua y empezó a nadar hacia el costado del bote, como buscando enredar mi línea con la de mis compañeros. Afortunadamente, rápidos de reflejos, lograron sacar sus aparejos y asistirme con el copo para dar por finalizada la batalla con el matungo soñado: 1,270 kg de pura furia.
El sol pasado el mediodía se hace sentir y la pesca –que suele tener un bache en las horas más cálidas– no decrecía, por lo que decidimos no salir a comer y aprovechar esa racha intensa todo lo que durase. El contra garete, las boyas chicas, los anzuelos y carnadas adecuadas, todo estaba ya testeado. Así que fue quedarnos a hacer número y divertirnos en grande, siempre trabajando el claro central del espejo, que luce bajo por falta de lluvias.

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De hecho, sus 6.000 ha actuales (supo tener 9.000 en tiempos prósperos) inhabilitan la posibilidad de acceder a pasillos y callejones donde otrora pescábamos los famosos lomo negro de la Salada. Y en estos tiempos cálidos donde también se podían hacer pescas vespertinas de tarariras, tampoco se llega a las lagunas internas de Los Laberintos o los callejones de Fernández y de Urrutia. Será cuestión de esperar deseables lluvias que –si bien impiden el acceso a la laguna por los caminos de tierra durante un par de días­– mantengan la vida del lugar. Aunque en el caso de la especie tararira, son varios los que sostienen que al agarrar a la laguna baja, hubo mortandades invernales que redujeron las poblaciones de la especie. Lo cierto es que, tras disfrutar de una intensa racha de pique de las estrellas del luchar, decidimos cortar la jornada a las 15, volver al pesquero a hacernos filetear las piezas, y regresamos temprano y felices de haber vivido una jornada maravillosa con una pesca que apasiona y que se encuentra en la Salada Grande, un territorio de gigantes. 

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Wilmar Merino

Wilmar Merino

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