Friday 17 de January de 2025
AVENTURA | 04-01-2025 19:00

Río Santa Cruz: derrotero en kayak para recorrerlo de punta a punta

Navegamos este aventurero cauce desde la cordillera hasta su desembocadura. Seis días a través de paisajes majestuosos, a razón de 60 km por jornada. Una experiencia que cambia la vida. Fotos: Florian von der Fecht.
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Charles Darwin comenzó a remontar el río Santa Cruz en abril de 1834, como parte de su viaje a bordo  del HMS Beagle. El capitán Fitz Roy lideraba la expedición que tenía como objetivo encontrar las fuentes del río, ubicadas a unos 300 km de distancia. Mientras que a la sirga los botes avanzaban penosamente contra corriente, Darwin tomaba nota de la geología, flora y fauna de la región. En su “Diario del viaje de un naturalista alrededor del mundo (The Voyage of the Beagle)” describe su sorpresa por la vastedad y la belleza del paisaje. Una lectura obligada para quien decide explorar desde el agua el río Santa Cruz.

La travesía recorrió unas 140 millas (230 km) del río y duró 21 días, de los cuales 17 fueron remontando la corriente hasta que decidieron regresar a Puerto San Cruz. ¿Cómo hicieron estos hombres para remontar una corriente de entre 6 y 10 nudos? Trabajo titánico, a pulso, tirando de cuerdas. Viendo la inmensidad, la fuerza de la corriente, las bardas que se precipitan al agua, los bancos de arena, se redobla la admiración que podemos tener por aquellos hombres con tenacidad y verdadero espíritu de aventura.

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Primeras exploraciones 

Sin embargo, fue John Lort Stokes (1812-1885), cartógrafo y navegante británico, quien realizó los mapas durante la expedición que más tarde, en 1876, el joven Francisco P. Moreno, utilizó al explorar el río. El sí logró llegar a las nacientes del Santa Cruz. Las casualidades de la historia hicieron que navegara el río junto al capitán Piedra Buena y a Moyano, quien conocía muy bien la zona. El 15 de febrero de 1877, Moreno y su tripulación llegaron al inmenso lago: “¡Mar interno, hijo del manto patrio que cubre la cordillera, en la inmensa soledad, la naturaleza que te hizo no te dio nombre: la voluntad humana desde hoy te llamará lago Argentino! ¡Que mi bautismo te sea propicio!”.


Fitz Roy y Darwin no fueron los primeros en navegar el río. En 1520 Magallanes llegó a una costa desconocida que bautizó San Julián. Desde allí remontó un río que bautizó Santa Cruz. Dos siglos después, Francisco Viedma, que formaba parte de una expedición de la corona española, fue quien por primera vez navegó todo el largo del río Santa Cruz y llegó a un gran lago. Tantas otras historias de navegantes que se aventuraron por las aguas del Santa Cruz se encuentran relatadas y documentadas en el libro “A orillas del lago Argentino” (Textos: J. P. Baliña; fotos: F. von der Fecht).

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El Santa Cruz no es cualquier cauce, es un río con gran legado histórico, con el cual debemos tener un gran pacto de honor para dejarlo seguir corriendo libremente hacia el mar. El tiempo transcurrió, el mundo fue cambiando, sin embargo sus aguas no dejaron de correr hacia el Atlántico, con la fuerza y la gran personalidad que lo define. Hipnotiza mirar el agua con sus remolinos, sus olas. La poca pendiente entre el lago Argentino y el mar, apenas unos 200 m de desnivel en un recorrido de 300 km, explica el por qué de tantos meandros que dibuja el lecho en su sus 352 km de recorrido.
Mostrar, explorar y descubrir la Patagonia desde el agua es la propuesta de German Loli Roberts, que desde 1997 organiza expediciones en balsas o kayak en ríos patagónicos. Con la triste noticia de un proyecto de represa que interrumpiría el curso natural del agua, enterrando para siempre un legado histórico y afectando sin duda el retroceso de los glaciares es que Loli –para sellar su pacto con el río y pedir que se lo deje correr libre–, hizo una bajada en kayak en solitario. Fue el 1 de junio de 2018. Tardó 42 horas, afrontó temperaturas de -25 ºC. Se trata de un río que él conoce, ama y guía en expediciones de 6 días. Pocos son los que navegan el Santa Cruz desde la embocadura hasta su desembocadura. 

Preparativos en la estancia

La casa-museo de Loli ayuda a entrar en ambiente y a sentirse allá lejos y hace tiempo. Un campo ganadero a orillas del lago. Revisión de equipamiento: elementos personales, muda y abrigo irán en un bolso estanco en las escotillas de los kayak. Todo listo. Comienza la navegación. La carga en un cataraft anticipa que será una expedición confortable. En cada almuerzo desembarca el disco, se hace fuego, se disfruta de comida variada y excelente, caliente, reconfortante. 
Tan fuerte es la corriente que se reme o no, se avanza. El guía llama a “balsa” uniendo sus manos sobre la cabeza, como posición de loto. Entonces, kayak lado contra lado, afirmados con los remos. Se trata de una posición de seguridad y –sobre todo en este caso– de descanso. Pasa el mate, vuelven los frutos secos. Surgen las anécdotas, mientras que el paisaje sigue avanzando a la velocidad de la corriente.

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Con el tiempo se va aprendiendo a leer el río con la ayuda de los guías, que hablan su idioma. Sin preaviso unas burbujas en proa, se abre un boiler, círculo que se va ensanchando de golpe; un gran remolino. Según el tamaño, mejor esquivarlo, o remar con más fuerza para cruzarlo o dejarse llevar por el costado aprovechando la velocidad que genera. En las líneas Eddy encontraremos aguas calmas que se generan por chocar la corriente contra alguna piedra, el agua la esquiva y sigue su curso, vuelve en parte para rellenar el espacio generando un planchón de aguas tranquilas. Si es muy fuerte, sólo se la puede atravesar encarándola a 90 grados. Desembarcar en un punto preciso, con una corriente fuerte,  es la línea ferry que hay que tomar: encarar a 45 grados y remar fuerte, la potencia del agua ayuda a llegar a la costa en el punto de desembarco. ¡Mucho se aprende! Día a día se mejora la remada, a manejar la técnica, usar la espalda más que los brazos. Coordinación y perseverancia. 

Aburrirse, jamás 

Atravesar la estepa patagónica puede ser monótono. Pero no lo es si uno aprende a poner atención en los detalles. El sólo correr del agua hipnotiza. La estepa varía: montañas al horizonte, mesetas, bardas en formas piramidales, recodos y meandros. A veces cambios sutiles. La curiosidad de encontrar el paisaje que Martens dibujó durante la expedición de Fitz Roy mantiene alerta. Un guanaco que se arrima a tomar agua. Las alamedas de las antiguas estancias a orillas del río, en gran cantidad abandonadas y condenadas a morir ahogadas si se cierra el dique previsto para las represas. 
En otros casos se despoblaron de ovejas por falta de rentabilidad o por un invierno crudo. “¡Álamo en el horizonte!”: el guía levanta el ánimo de los remeros, porque queda poco para desembarcar y descansar al reparo. Ya en tierra, estirar las piernas, salir a explorar los viejos cascos de estancia, imaginarlos con vida... quizás por allí mismo pasó Darwin. 

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El paisaje es majestuoso: la naturaleza se entrelaza con la historia de exploraciones y descubrimientos. Etapas de unos 60/70 km que pueden ser más o menos, según lo decida el guía en función del clima y del grupo. Con fuertes vientos es imposible avanzar, ya que suele llegar del oeste e impactar de costado navegando los meandros. Una prueba de resistencia y temple. Duele pasar por las represas en obra. Cada remada es un homenaje a los exploradores, recordándonos que la naturaleza no es el escenario de nuestra aventura, sino un legado que debemos proteger.

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Laura Gall

Laura Gall

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