Se sabe, el catálogo de los deportes aéreos reúne algunos más arriesgados que otros, desde acrobacia aérea, paracaidismo, vuelo sin motor, parapente, paramotor, aeróstato y vuelo libre hasta aeromodelismo, vuelo de cometas y modelismo espacial, como se llama a la construcción y lanzamiento de cohetes a pequeña escala. Incluso dentro del paracaidismo, en los últimos años surgieron nuevas modalidades como el wing suit (traje aéreo) o sky surfing, en la que el paracaidista lleva una tabla en sus pies para “surfear el cielo” durante la caída libre.
Asomarse al mundo de estos deportes, al menos para la mayoría de los novatos que habitualmente se desplazan con los pies sobre la tierra, es una experiencia difícil de olvidar, de esas que quedan grabadas en la memoria para siempre. Básicamente, son considerados deportes porque requieren cierta capacidad física, competencia, aptitud, pericia y entrenamiento en las respectivas áreas. La buena noticia es que los vuelos y saltos que antes eran una verdadera hazaña reservada para expertos, hoy son un sueño accesible muy cerca de la ciudad de Buenos Aires, en las localidades de Chascomús, Ranchos, La Plata, Lobos o Cañuelas.
Paracaidista por un día
Según cuenta la leyenda, el origen del paracaidismo se remonta al año 1060, cuando el monje inglés Oliver de Malmesbury saltó desde una torre con un equipo precario diseñado por él mismo y así le fue: se fracturó las dos piernas. Hacia 1495, el gran Leonardo da Vinci dibujó el primer paracaídas de forma tronco-piramidal, y recién en 1617 el italiano Fausto Niceno saltó exitosamente desde una torre con un paracaídas. Por lo pronto, en la Escuela de Paracaidismo Lobos se efectúan vuelos en aviones Cessna 205 de 6 plazas. El salto al vacío es a 3 mil metros de altura, y comienza con una caída libre de 35 segundos a 250 kilómetros por hora, hasta que al llegar a 1.500 metros se realiza la apertura del paracaídas.
Según aclara Alejandro Higuero, uno de los instructores más experimentados de la escuela, aquellos que llegan a realizar un bautismo en paracaídas viajan en categoría de pasajeros, es decir, saltan en tándem enganchados con el instructor y no requieren ninguna destreza especial. Sólo es requisito pesar hasta 95 kilos y ser mayor de 16 años. Y, por supuesto, contar con esa cuota de valentía indispensable para animarse a pegar el salto. Después de la caída libre, una vez que se abre el paracaídas continúa un descenso tranquilo, para muchos la mejor parte del salto, y según asegura Higuero –con más de 20 años de experiencia y nueve mil saltos realizados–, el aterrizaje es muy suave y de pie. Vale aclarar que el equipo reglamentario cuenta con un segundo paracaídas de seguridad.
Ultraligeros
Otra variante para incursionar en los deportes aéreos es el paratrike, un ultraligero biplaza que se asemeja a un triciclo motorizado de 137 kilos, con una hélice cuadripala, de 1,30 metros de diámetro y una vela de 40,5 metros cuadrados. Al igual que el resto de este tipo de bautismos, el primer vuelo se realiza en tándem, con el pasajero sentado adelante y el instructor detrás, pero no hay límite de edad, ya que no requiere hacer ninguna acción física. El peso mínimo debe ser 35 kilos y el peso máximo 105. Luego de carretear unos 15 metros por el campo, el velamen se despliega por detrás como un parapente hasta que el artefacto comienza a cobrar altura. En los vuelos bautismos se alcanza una altura máxima 660 metros.
Según Marcelo Toledo, experimentado instructor y constructor de paratrikes –como se conoce este modelo de paramotor, que en lugar de hacer los despegues a las corridas utiliza una estructura liviana con tres ruedas–, la mayor diferencia con el parapente consiste en que este último vuela por sí mismo, aunque para eso es se vale de un desnivel como plataforma de despegue. “Por eso en los lugares de montaña no precisan volar con motor. Pero acá en Buenos Aires, la única alternativa que nos queda es propulsarnos con una hélice”, explica. Durante el vuelo, los pasajeros mantienen una comunicación permanente con el piloto, ataviados con cascos y equipos de audio que se activan con la voz. El vuelo es muy tranquilo y se desarrolla en un radio de hasta 5 kilómetros a la redonda del Km 61, sobre la autopista Ezeiza-Cañuelas, donde funciona la escuela de paramotor y paratrike La Búsqueda. El aterrizaje es suave y muy tranquilo. Para más datos, en Argentina hay 1.700 pilotos de paramotor, de los cuales solamente 240 vuelan paratrike.
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El vuelo más romántico
Otra de las variantes, sin lugar a dudas la más romántica de todas, es el vuelo en globo aerostático. No es casual que muchos contratan este tipo de vuelos para festejar aniversarios o pedir casamiento. Los despegues se realizan al amanecer o al atardecer, condición ideal para elevarse y volar durante 45 minutos a una altura de hasta 600 metros, según las condiciones meteorológicas. Los vuelos nunca son iguales y se realizan con un vehículo de apoyo, ya que si bien se puede controlar la altura del vuelo, es muy difícil determinar el lugar exacto del aterrizaje. El tiempo de inflado de la envoltura varía entre 10 y 20 minutos hasta que alcanza los 26 metros de altura. Luego de ingresar a la barquilla de mimbre y ratán, el capitán ordena soltar amarras y así comienza un ascenso muy suave, hasta alcanzar una altura de 200 metros con una magnífica vista aérea de 360 grados y hasta 70 kilómetros de visibilidad, un balcón privilegiado para disfrutar del paisaje de Cañuelas. El descenso es tan suave como el ascenso.
Otra de las opciones son los vuelos en planeador. Las salidas de bautismo duran entre 15 y 40 minutos, de acuerdo con las condiciones meteorológicas, y el vuelo se adapta al gusto de cada uno: algunos prefieren disfrutar de uno tranquilo mientras otros buscan sentir la velocidad y el vértigo con loops de 360 grados. La prueba comienza con un remolque. Un avión remonta al planeador con una cuerda hasta alcanzar los 500 metros de altura. Después la cuerda se desprende, el avión remolcador regresa a tierra, y el planeador queda librado a su suerte, regido por las fuerzas invisibles de la física y las habilidades del piloto. Lentamente comienza el ascenso en círculos y dentro de alguna corriente térmica, esa masa de aire caliente que funciona como elevador. Construidos en madera, tela y metal, los planeadores miden unos 16,20 metros de punta a punta de las alas, pesan alrededor de 294 kilogramos y pueden alcanzar una velocidad de 200 km/h. En condiciones favorables, un planeador puede recorrer cientos de kilómetros y permanecer por varias horas en el aire valiéndose únicamente de los factores naturales.
A cabina abierta
Para más opciones, el vuelo en ala delta es muy relajado y silencioso, aunque también puede aportar una buena dosis de adrenalina a quienes así lo deseen. Es remolcado por un avión ultraliviano hasta alcanzar una altura de 700 metros, para luego soltarse y empezar a volar libremente. El único requerimiento es un peso máximo permitido es de 90 kilos, y lo pueden practicar hasta niños de 10 años.
Por último, el ultraliviano es un pequeño avión que permite volar junto a un instructor a baja altura y a muy baja velocidad. Otra de sus características es la cabina abierta, por lo cual favorece un mayor contacto con la naturaleza, alcanzando hasta mil metros de altura máxima. El único requisito es pesar hasta 90 kilos, y no tener inconveniente en despeinarse en el intento.
Nota completa publicada en revista Weekend 543, diciembre 2017.
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