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AVENTURA | 10-11-2017 08:37

“Canadá, aquí voy”

La tercera etapa de este largo periplo lleva al autor a ingresar en Canadá. Un país en cuyos impresionantes parques nacionales se suceden infinitas aventuras. Galería de imágenes.
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A pesar de mi idea previa, el paso de Estados Unidos a Canadá fue un trámite que fluyó sin demoras. Tan rápido y poco burocrático que ni siquiera tuve que bajarme de la camioneta. Claro que si hubiese existido alguna sospecha, me hubiesen apartado con el vehículo y un oficial acompañado de un perrito, tan simpático como solvente, hubiesen registrado en detalle cada rincón de mi movilidad. Caso que, por suerte, no aconteció. Le dispensé una sonrisa de cabotaje al agente de aduanas, y éste me devolvió una gélida mirada y una mueca que no pude descifrar.

Comencé a transitar mis primeros kilómetros en este país rodando una ruta ancha y menos marcada y puntillosa que las de EE.UU. Para mi sorpresa, y debido a mi lento trajinar, vehículos me pasaban a toda velocidad a pesar de la línea amarilla. Me había habituado a las estrictas reglas americanas, pero entendí rápidamente que de este lado de la frontera los conductores se toman ciertas licencias.

Parques nacionales

En mi cabeza tracé una ruta tentativa que apuntaba a tocar los parques nacionales más importantes desde Alberta y la Columbia Británica hasta el lejano territorio del Yukón. Es así que recorrí los parques de Banff, Jasper, Robson y Kawka. Y bastante más al norte, el parque Kluane.

Después de manejar un extenso trecho y con la esperanza de acampar dentro del Parque de Banff, el primero de la lista, me encontré con una negativa rotunda por parte de los guardaparques. Mi camper presentaba una parte “blanda” cuando el techo estaba extendido. Debido a esto cabía la posibilidad, según ellos, de que un oso pudiera trepar y adentrarse en mis reducidos dominios, haciendo de mí un potencial bocadillo. Terminé acampando en un overflow, que significa un lugar abierto para cualquiera, y a “propio riesgo”. Desde mi perspectiva temeraria, no lo había. Y no lo hubo. Tan solo una ardilla intentó arrebatarme un cacahuate levemente salado.

El pueblo, o ciudad pequeña, de Banff me pareció un “show room” o una muestra ideal de lo que un pueblo debería ser. La perfección de los trazados, la señalización, sus pequeños restoranes a la calle, la limpieza y demás características, instan a que uno sienta que debería sacarse los zapatos antes de ingresar, como si se tratase de una casa inmaculada.

Para los amantes del trekking y el montañismo, los parques de Canadá ofrecen una serie ilimitada de posibilidades. Desde caminatas cortas, a trekkings de todo el día o varios días. Y niveles que van desde los fáciles a los muy exigentes. En cada parque los guardaparques ofrecen una serie de folletos con los diferentes senderos y siempre alertan sobre encuentros con osos. Llevar spray “anti oso”, un cascabel sonoro y caminar acompañado es lo recomendado en todas las ocasiones.

Frente a tantas precauciones y alertas, siempre que recorrí senderos alejados de la gente y tierra adentro, mi estado de alerta era permanente. A cada paso creía ver madres osas acechando tras los densos bosques de pinos. Y cada tanto, también creía ver a un agente de aduanas corriéndome con una papeleta amenazante. Aunque quizás esto último fue sólo un sueño.

Jasper me resultó más genuino y terrenal que Banff. Pude acampar en el camping del parque y encender un fuego cada noche para cocinar, acompañar las cervezas artesanales de Canadá y dejar fluir los pensamientos al ritmo de las llamas anaranjadas.

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Un país amigable

Los campings situados en los parques nacionales convocan a gente de todas partes del mundo. Las eventuales visitas a un vecino podrían ser de lo más interesantes y enriquecedoras. De esta manera conocí a fotógrafos de osos. Sabios que habían dejado sus pertenencias y se habían lanzado a los caminos. Profesionales de toda índole tomándose un descanso. Mujeres bravas que remontaban ríos por días. Corajudos pilotos de avionetas… En fin, una galería de personajes que fueron dejando huellas, mensajes y, en el mejor de los casos, enseñanzas.

En varias ocasiones, con algunas personas se podía generar un fuerte vínculo de amistad, o lo que podía ser tomado de una manera similar, aunque la relación está signada por un enlace transitorio y efímero. También de eso se trata el viaje y el estilo de vida nómade que adopté. El tránsito permanente desde un lugar a otro. Y un contínuo movimiento en los estados de ánimo. Las fotos que retratan el periplo paso a paso muestran sólo una cara del recorrido. La otra difícilmente aparece en imágenes. Es la que va trazando el viaje interno que hace uno.

Rumbo a Alaska

Unos 3.500 kilómetros manejé por Canadá en la primera etapa yendo hacia el norte, desde la frontera de Montana a Dawson City, ciudad próxima a Alaska. En el transcurso de éste extenso éxodo descubrí un país maravilloso de contrastes geográficos dramáticos, de una amabilidad única hacia sus visitantes y de una permanente sensación de seguridad sin importar a dónde uno se dirija. Con el viento de cola, mi camper, la casa con ruedas a la cual ya estoy habituado y en la que me hallo confortablemente instalado, rueda con paso lento pero inexorable hacia el norte. El próximo destino es la lejana y enigmática Alaska.

Nota completa publicada en Revista Weekend 542, noviembre 2017.

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Marcelo Ferro

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