Thursday 28 de March de 2024
PESCA | 29-01-2020 16:31

Gualeguay es una fiesta de variada

A solo 250 km de Capital Federal podemos disfrutar de la mejor pesca del Paraná Medio, imponentes dorados, surubíes, manduvas, rayas y tarariras, entre otras especies.
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Un cambio de aire a solo dos horas y media de auto es lo que ofrece Gualeguay, con sus corsos, sus playas y atractivos turísticos y deportivos (Fiesta del Asado y la Galleta, cancha homologada de esquí acuático, playa Coronel). Y, precisamente llevada a la pesca, esa intención de cambiar de aire nos pone a solo 250 km del Obelisco, en un paraíso pesquero donde podemos encontrarnos con lo mejor del Paraná Medio, tal como pudimos comprobar en esta salida orientada a pescar especies variadas en la que dimos con imponentes dorados, surubíes, manduvas, rayas y tarariras, entre otras.

Con muchos meses de antelación habíamos pedido la fecha al referente en la zona, Jorge Cot, de cargadísima agenda con citas tomadas ¡hasta 2022!, al que felizmente le llegarán refuerzos con la incorporación de su hijo Tomás. Solo deseábamos que el tiempo no nos jugara una mala pasada, pues el día de nuestra visita se anunciaban tormentas dispersas en la zona. Al llegar a Puerto Ruiz, epicentro de la movida pesquera local (deportiva y comercial, pues allí descargan los sábalos para los frigoríficos), el día se presentaba diáfano y la lancha estaba en el agua, pues Jorge también quería aprovechar al máximo el tiempo antes de un aguacero.

Tras una hora de navegación con rumbo sudoeste a la desembocadura del río Gualeguay, hicimos los primeros tiros con carnada natural. Amarramos tirando grampín a la costa y armamos cañas de 7” y 12-25 o 15-30 lb (1 lb = 453,59 g), con plomitos de 10 a 20 g, leader y anzuelo 9/0 encarnado con morenas, pasadas de ojo a ojo. Un detalle: con mi compañero Lucas Dini preferimos armar este aparejo en un metro de fluorocarbon final, para que el plomo quede cerca de la carnada en la deriva, y conectar el aparejo al multi del reel mediante un esmerillón. Cot, en cambio, prefiere pasar el plomito por el multifilamento y atarlo directamente al leader de 40 libras con el anzuelo.

En este primer intento logramos una especie que suele aparecer o desaparecer como por arte de magia según las temporadas: hablamos de las manduvas. Tras sacar algunos ejemplares, con un pique muy extraño pues retenía la carnada pero no hacía la clásica corrida, clavé algo que venía pesado sin dar demasiada pelea… hasta que asomó el rostro, chato y gris, cerca de la lancha: era un hermoso cachorrito que se acordó de que era surubí justo cuando estaba por ser izado y ahí sí me regaló una furiosa pelea. Fotos y al agua, como toda la pesca del día. Al rato, mi compañero Lucas tuvo que fatigar duramente su caña para despegar una raya del fondo. Nos cuenta Cot que suelen alcanzar portes de hasta 40 o 50 kilos. Afortunadamente esta fue de unos cinco, y así y todo hubo que trabajar para sacarla. Lo particular es que tenía la cola cortada, mostrando que ya había sido pescada, innecesaria mutilación.

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Segundo round

Estábamos de los más entretenidos cuando Cot dijo: “Vamos”. Y como somos de hacerle caso al que sabe, mandamos cañas al posacaña, armamos una buena ronda de mates y navegamos con dirección norte por el Paraná Pavón, hasta cercanías del río Tala. El cielo se iba poniendo negro en el horizonte y presagiamos una pronta fuga bajo al agua al ver rayos cayendo a los campos, aunque a buena distancia. Anclamos nuevamente unos 50 metros antes de la salida de agua de un arroyo que escupía agua negra de los campos, punto de acecho ideal para grandes predadores. Allí tiramos a 45 grados tomando como referencia la costa, y fuimos arrimando la morena en la deriva a pick up abierto hacia el veril.

No tardó mucho en sonar la chicharra: mientras Lucas capturó un hermoso surubí, tras una llevada clásica, acompasada y firme, yo tuve un tremendo pique totalmente distinto: una bajada de caña ruda que casi me saca la vara del posacaña. Peleamos el doblete junto a Lucas, con un Cot que se repartía entre asistirnos y hacernos fotos, para lograr al final de sendas batallas un hermoso dorado y un surubí notable. Ya el día estaba pagado. Pero faltaba más.

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Antes de seguir viaje, hicimos un alto en el camino: paramos a almorzar en un hermoso rancho isleño montado sobre pilotes, al que el guía tiene acceso (allí incluso hace pernocte cuando lleva grupos a pescar dos días, quedando a mano de los mejores lugares de pesca). Bajo una arboleda reparadora, con un anafe y una plancheta cocinamos unos churrascos de cerdo, mientras Lucas cortaba salame casero de jabalí. Sin duda, una recompensa gloriosa a una jornada que no podía estar saliendo mejor. Ya repuestos, volvimos al ruedo… o mejor, al agua.

Las reinas del pantano

Una de las cosas más lindas de estar en Gualeguay es su variedad de ámbitos, y la posibilidad de combinar pescas clásicas de carnada con la de señuelos. El guía propuso ir por taruchas, dada una pequeña tregua en el cielo que parecía jugar a nuestro favor postergando el chubasco. Continuamos por el Pavón hasta la zona llamada Vuelta de las Cadenas, antes de la boca del río Victoria. Logramos allí más dorados, surubíes, rayas y hasta una vieja del agua de gran porte. Ingresamos otra vez al Victoria para pescar tarariras, infructuosamente, y continuamos rumbo al San Lorenzo, con dirección noroeste.

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Cambiamos equipos pesados por otros de baitcast, con cañas de 6”, una resitencia de 8-17 lb y reeles de perfil bajo con multifilamento de 30 lb, un combo ideal para pescar tarus con señuelo crank. Las encontramos amontonadas en una zona que estaba en seco por la gran bajante. Es increíble ver lo gregarias que son: pudimos sacar más de 20 ejemplares en 10 m2 y seguíamos tirando y recibiendo ataques.

Tras “calentar la muñeca” en este ámbito, Jorge nos llevó a una lengua de agua baja que era un paraíso taruchero. No la vadeamos por miedo a las rayas, pero desde la costa y a pie seco pudimos divertirnos a piacere logrando grandes taruchas, muchas de ellas con mordidas de dorados o palometas, señal de que esta brava especie que es predador tope en ámbitos palustres, aquí debe cuidarse de no ser almuerzo de otros seres.

“Hagamos la despedida”, dijo Jorge, y volvimos a la salida de agua que nos había pagado con surubí y dorado en simultáneo. Y su pálpito dio frutos: nuevamente enfrentamos a esas dos preciadas especies, generando una particular alegría al guía que quería testear el estado del río usando cebos naturales. La navegación del regreso, con tormentas que veíamos en todo su esplendor como en una pantalla de cine, nos permitió llegar sanos, salvos y secos a destino, frente a un ocaso de hermosos naranjas bañando Puerto Ruiz.

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Wilmar Merino

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