Thursday 28 de March de 2024
BIKE | 01-06-2017 09:03

A pura trepada por las quebradas salteñas

Diversos circuitos cercanos a la ciudad de Salta, disfrutando hermosos paisajes y superando las exigencias del terreno y de un clima cambiante. Galería de imágenes.
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Salta enamora. Así que viajamos nuevamente con mi copiloto Rodrigo García Cobas para efectuar varios recorridos. Acostumbrados al llano, siempre es buena una aclimatación para nuestras piernas y efectuar alguna pedaleada de mediana exigencia en la montaña. Tampoco disponíamos de mucho tiempo, por lo que apenas llegados nos contactamos con Gustavo Suárez, de Overland Salta, que cuenta con 15 años de experiencia en la provincia y ofrece un servicio completo con alquiler de bicis y equipo, aunque en nuestro caso habíamos viajado con las propias MTB’s.

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Luego de 1.000 km de campo liso con mi nueva Merida One Twenty, no veía la hora de cascotearla como se merece. Un destino cercano y de mediana exigencia es la trepada por Finca Las Costas, casi lindera con la Quebrada de San Lorenzo y a solo 15 km del centro. Tempranito nos juntamos con Gustavo y partimos. La primera parte del recorrido no era extensa, por lo que empleamos relaciones livianas para calentar los músculos y encarar por ripio para el lado de la montaña. El camino, flanqueado por árboles y con diversas plantaciones a los costados, era plano en su primera parte. Y a medida que nos acercábamos al pie de la montaña empezó a inclinarse y obligó a cambiar la relación de pedaleo.

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Cruzar y volver a cruzar el río

El cruce del casi seco río Arenales marcó el punto de inflexión. A partir de allí y con una breve franja de vegetación baja, nos internanos en la selva pedemontana repleta de cebiles y lapachos amarillos de 15 m de altura donde un tucán nos miró pasar muy atento. ¡Camino muy pedregoso e inclinado! Las lluvias de los días anteriores habían dejado innumerables charcos y el cruce constante –12 veces– del río provocó que a los pocos kilómetros estuviéramos empapados de la cintura para abajo. Nunca recto, siempre sinuoso nos obligaba a apilarnos sobre el manillar para que la bici no se parara de manos. Pero la exuberancia del paisaje lo perdonaba todo y solo algún rayo de sol se colaba entre los árboles marcando el camino.

Casi 1.500 m arriba

Luego de 30’ minutos trepando y cruzando el río, el ángulo del ascenso decreció en la medida que la vegetación se espaciaba y nos internábamos en la quebrada. Algunos desbordes del arroyo formaban pequeñas lagunitas con infinidad de mariposas, teros, garzas y otras aves que nos regalaban un festín multicolor. Fincas desperdigadas con vacas y plantaciones diversas, un arroyo de montaña bordeado el camino... “Nos trajiste a la casa de la Familia Ingalls”, le dijimos a Gustavo.

Habíamos ascendido hasta los 1.467 m y allí arriba el sol picaba. Con 13 km llegamos al final del camino para efectuar una breve parada. Elongamos mientras comíamos alguna fruta y Gustavo nos relataba historias de la zona y las características de la bajada. El camino era el mismo, pero cambiaba, ya que el desnivel acumulado jugaba a favor nuestro. Como en las salidas el nivel de los bikers es variado, él normalmente los separa y cada grupo baja con un guía. En el caso nuestro, que ya veníamos cascoteando montaña hace rato, nos soltaría detrás suyo. Con Rodrigo ya nos conocemos: nos pasaríamos en la primera ocasión, pero respetando siempre la trayectoria ideal.

Desandamos la senda y donde empezaba el bosque y el camino sinuoso cargamos la transmisión con cambios más altos para que la cadena no flotara, desplazamos la cola un poco fuera del asiento... y rocanrrol. A 42 km/h: curva, contracurva, algún derrape para timonear la rueda trasera y aullidos a discreción. Los cruces del río, que a la ida nos mojaban los tobillos, ahora nos empapaban hasta los hombros y –literalmente– los pasábamos volando sobre las piedras.

Luego de un vado y una pequeña trepada que tomé muy fuerte, una piedra levantada por la rueda delantera pegó en el cuadro y luego en mi pierna. El dolor fue instantáneo, y cuando pude frenar la bici ya se me estaba hinchando. Por suerte al costado del camino corría el arroyo y su agua fría me frenó la inflamación. Si en las zonas rurales donde había estrenado mi Merida doble suspensión de carbono me había parecido una bici tremenda, en la montaña demostró que era su ámbito: ágil, veloz, segura y liviana, realmente otra dimensión de pedaleo y disfrute. Tal vez por eso llegamos al punto de partida mojados, felices y hambrientos, nada que una buenas empanadas salteñas no pudieran remediar.

Se suma la lluvia

Después de un poco de fiaca al sol, seguimos el pedaleo. El plan original se estaba oscureciendo por culpa de unos nubarrones que aparecían sobre el flanco de la montaña, por eso la visita al Museo de Güemes quedó pendiente para otro día y optamos por el circuito Yungas de San Lorenzo, tomando el sendero hacia el cerro Elefante que nos demandaría hora y media. Por sus características, tendríamos que hacerlo en su mayor parte con la bici al hombro, para bajar a las chapas del otro lado. Pero solo habíamos hecho unos cientos de metros y nos envolvieron las nubes. La experiencia pesa, y ahí entendimos por qué Gustavo nos había exigido una prenda de abrigo unas horas antes.

Comenzó una llovizna tupida y la visibilidad decreció notablemente, por lo que luego de ponernos los rompevientos cambiamos el destino por una senda hacia la Quebrada de San Lorenzo, con una vista incomparable de Salta capital. Rachas de viento cruzado nos sacudían mientras sendereábamos el último tramo entre piedras mojadas y ramas que nos azotaban. Parecía increíble que dos horas antes el sol nos estaba cocinando. Llegamos al asfalto sin inconvenientes y nos despedimos de Gustavo para retornar a Salta. Teníamos hasta allá solo 12 km y la mayoría por bicisendas. Mientras la quebrada iba desapareciendo entre las nubes, en Salta brillaba un sol deslumbrante. Inmejorable excusa para seguir pedaleando.

Nota completa publicada en revista Weekend 537, junio 2017.

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