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BIKE | 16-09-2018 08:10

6 días a puro pedal por el Camino de Santiago de Compostela

La antigua peregrinación católica es una travesía soñada por muchos bikers. Cuatro amigos de Monte Grande, Buenos Aires, se dieron el gusto de vivir la experiencia.
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Al igual que los adeptos del trekking sueñan con el Camino del Inca, los bikers también tenemos nuestros imprescindibles; uno de ellos es el Camino de Santiago, una antigua peregrinación católica en la que caminantes y ciclistas recorren cientos de kilómetros por el norte de España, muchas veces partiendo desde Francia, para llegar a la catedral de Santiago de Compostela, en Galicia.

Todo los años atrae a miles de personas, ya sea motivados por lo religioso o por el simple deseo de vivir la aventura. Desde hacía tiempo cuatro amigos de Monte Grande, Buenos Aires,  venían planificando este viaje: Juan Carlos Proto (64), Carlos Surace (58), Santiago Mosquera (71) y Horacio Garavaglia (67).

Coros a la madrugada

La popularidad del Camino de Santiago brinda la ventaja de la gran variedad de opciones –y tarifas– que hay para realizarlo; desde hoteles boutique hasta el alquiler de bicis, que se retiran en un lugar a designar y se devuelven en Santiago de Compostela.

Ellos cuatro tuvieron la ventaja logística de que el hijo de Carlos vive en León y se encargó del alquiler de las bicicletas, cascos y alforjas. Fue una gran tranquilidad, ya que al llegar a la ciudad solo tuvieron que cargar las provisiones y regular los asientos y manillares.

A la mañana siguiente partieron. Más allá de estar señalizado, el camino tiene muchas variantes. Ellos optaron por hacer unos kilómetros de más, pero el desvío valió la pena gracias a la belleza del paisaje, donde pasaron numerosos y pintorescos pueblitos hasta que a media tarde llegaron a Astorga. De inmediato preguntaron dónde quedaba el albergue Las siervas de María. “Allá arriba”, les respondió un transeúnte mientras señalaba la cima de una colina; ideal tras haber pedaleado 48 kilómetros. Esta situación se repitió todos los días, siempre terminaban con una trepada mortal.

El albergue estaba lleno y el cansancio era tal que tenían miedo de quedarse dormidos al día siguiente. Pero eso fue imposible, a las 7 AM un coro de cantos gregorianos a todo volumen los despertó. Salir de las cuchetas, cambiarse con poco espacio y conseguir una ducha fue otra de las grandes epopeyas del viaje. Para presionarlos, las Siervas de María no apagaban los cantos hasta que el último de los peregrinos salía del convento.

La siguiente etapa presentó suaves subidas y bajadas hasta el punto crítico de la jornada: la Cruz de Hierro, con una respetable trepada de 8,5 km en la que pasaron de 800 a 1.300 msnm.

Almorzaron en Ponferrada y planificaron la estrategia del día siguiente, el más exigente del camino. Como el castillo de la ciudad bien merecía una visita, decidieron separarse; Juanca y Carlos siguieron hasta Villafranca del Bierzo, mientras que Horacio y Santiago se quedaron para pasar la noche y alcanzarlos temprano. Habían pedaleado 52 km, que se sintieron mucho debido a lo mal que habían dormido en el convento. Debido a eso, esa noche descansaron en un hotel por 50 euros.

A la mañana siguiente salieron a primera hora para alcanzar a sus compañeros, que los esperaban en Villafranca del Bierzo. Una vez reunidos los cuatro, encararon el ascenso hacia la parroquia O Cebreiro, a 7,8 km. Bajo un cielo encapotado pedalearon sin pausa por un camino encajonado entre el río y la montaña. Como no había lugares de descanso, siguieron trepando hasta la localidad de La Laguna en busca de hospedaje, pero al llegar se encontraron con que estaba todo lleno. El dueño de un albergue hizo un par de llamados y les consiguió alojamiento en Triacastela, a 24 km de allí. Pero había un inconveniente, tenían que llegar antes de las 20:00.

A contrarreloj emprendieron otra trepada, ahora con llovizna y 10 °C de temperatura. Como Horacio era el que mejor estado físico tenía, decidió adelantarse para no perder la reserva.

Separados pero unidos

Solo y bajo la lluvia encaró los 24 km, con sus constantes subidas y bajadas. A las 19:35 llegó al albergue de Triacastela muerto de frío. Media hora después apareció Santiago en un taxi porque tenía problemas en la pata de cambios; pero Juanca y Carlos todavía no aparecían y ya era noche cerrada.

Preocupados, pararon un auto que les dijo que los demás estaban cerca. A las 21 llegaron tan congelados que tuvieron que ayudarlos a desvestirse. Pero después de una ducha caliente y unos excelentes bacalaos, cerraron el día más duro de la travesía con una sonrisa.

La prioridad del día cuatro era el arreglo de la bici de Santiago, por lo que él madrugó y se adelantó a Sarria en un taxi, mientras el resto salía a un ritmo relajado por un camino técnico con grandes piedras y un arroyo que tuvieron que vadear. Solo y por su lado, Santiago consiguió el repuesto que necesitaba y los esperó en el albergue Blasones.

Al quinto día tomaron un camino alternativo, que los llevó por pueblitos semiabandonados y cuestas muy empinadas. Pasado el mediodía llegaron a Portomarín, donde almorzaron. De postre les tocó un ascenso de cinco kilómetros conocido como “El Rompepiernas”. Además, una mala lectura en las señales del camino los llevó a hacer 10 km de más hasta Melide. En total fueron 63 km, que acabaron en una gigantesca fuente de pulpos.

El último día salieron confiados. Los primeros 30 km los hicieron tranquilos. Almorzaron en el pueblo de Brea y retomaron el camino, pero al rato Juanca cortó cadena y tuvieron que separarse: Carlos y Juanca volvieron al pueblo para ver si podían arreglarla; mientras que Horacio y Santiago se dirigieron a Santiago de Compostela para ver si podían conseguir otra bicicleta.

El primer grupo logró reparar la avería rápido, por lo que fueron tras Horacio y Santiago, que ya estaban encarando, bajo un cielo negro y con las primeras gotas de lluvia, la última y tremenda trepada del Monte Gozo, a solo 9 km de la llegada. Tras esto entraron en Santiago de Compostela y atravesaron las intrincadas calles medievales al son de los truenos, hasta llegar a la impresionante catedral, en la que los cuatro finalmente se reencontraron y se fundieron en un abrazo gigante.

El viaje afianzó su amistad y los marcó. Desde entonces, reemplazaron el saludo casual a cualquier ciclista por el que recibieron a lo largo de cientos de kilómetros: “Buen camino”.

Nota completa en Revista Weekend del mes Septiembre 2018 (edicion 552)

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