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PESCA | 21-07-2018 08:30

Los grandes pejerreyes del Paraná Guazú

Con un arranque tardío, la temporada amaga con prolongarse más de la cuenta y este mes entra en su mejor momento. Claves para dar con las grandes flechas de plata.
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Al compás de un cambio climático cada vez más evidente, que ante ausencia de heladas mantuvo al Paraná muy sedimentando, al menos hasta mediados del mes pasado, el arranque de temporada de pejerreyes en el Paraná Guazú –verdadero clásico de temporada– se hizo desear más de la cuenta. Pero valió la pena la espera. Especialmente para quienes decidieron apostar a la calidad. Los primeros en entrar, como suele suceder, son los famosos Gran Paraná, esos pejes de ensueño y formidable tamaño, que pican firmes y dan brava pelea cuando acertamos la clavada.

Especie anádroma, el pejerrey no es un residente de éste ámbito, sino que viene del estuario rioplatense en plan de desove y permanece sólo unos meses. Por eso, los resultados en su pesca dependerán del acierto de los pescadores en dar con el lugar adecuado para realizar el plan elegido. Porque una cosa es seguir –embarcados– la ruta de los grandes y otra muy distinta es apostar desde los muelles al peje juncalero. En este caso, tomamos la opción uno.

Los primeros pejes en llegar son los que no suelen estar acardumados, pican aisladamente y nos obligan a ir moviéndonos para efectuar cosechas de a uno o dos por pasada, tras lo cual debemos movernos en busca de nuevas capturas. Eso sí, cada llevada de boya será de un pez que suele pasar los 40 cm, vigoroso nadador capaz de sortear corrientes fuertes y bravo combatiente una vez que lo pinchamos.

El plan: buscar

Cabe destacar que cada guía tiene su estrategia y no son pocos los que, a principios de temporada, hablan de la pesca en el Guazú pero en rigor terminan obteniendo las flechas en el río Uruguay, de características distintas. Por eso, esta vez quisimos quedarnos en el curso del cual salen las excursiones, para ofrecer al lector una pesca en un ámbito que exige muy poca navegación para ser ralizada.

La jornada elegida era para suspender la visita: la lluvia constante, el frío, las ráfagas de viento... todo estaba dado para pasarla mal. Menos nuestro ánimo, y el de nuestro guía, Gabriel Cannito, quien nos dijo: “Está en ustedes, si quieren salir salimos, los pejes están”. No lo pensamos dos veces y cargamos nuestros equipos en la cómoda Regnícoli Marea del anfitrión, magnífica embarcación bien motorizada, hecho tranquilizante para realizar cruces con un Paraná embravecido.

El guía nos sorprendió con una propuesta digna de nuestras mejores pescas de baitcast: hacer un primer tiro, a la pasada, en los remansos detrás de los pilotes del segundo puente, dejándonos derivar brevemente río abajo. Así, en el corto trayecto entre la guardería Marina del Paraná Guazú y este punto, armamos los equipos: cañas telescópicas de 4,20 m con reeles frontales de recuperación rápida y capacidad de 200 m de multifilamento 0,18, líneas de tres boyas Doble T con brazoladas de 15 a 35 cm rematadas en anzuelos 2/0, y encarnes genersosos con una o dos excelentes mojarras provistas por El Viejo Pacú.

Llegamos al pilote y fue tirar y sentír una llevada que hundió dos boyas. “Dorado”, dije para mis adentros pero, al clavar, asomó la cola blanca de un peje tremendo que me dibujó la primera sonrisa al tiempo en que la lluvia se de-sataba firme sobre nosotros.

Buen augurio

Un tiro, un matungo. Pero no fue soplar y hacer botellas. Dos o tres pasadas más no tuvieron éxito y entonces nos dirigimos al a boca de El Brasilero, otro pesquero clásico aguas abajo, muy cerca del embarcadero. Allí logramos tres buenas capturas dejando derivar las boyas al punto de perderlas de vista –en parte por la distancia y en parte por un río picado–, y pescamos sosteniendo el multi entre los dedos, sintiendo la llevada que delataba los piques. Todos los pescados pasaban los 40 cm.

Dentro del riacho El Brasilero encontramos algo de refugio al viento, cosa que hacía más agradable la situación de pesca pero los flecha de plata decidieron un imprevisto quite de colaboración. Nuevamente salimos a la boca y, en el agua batida, como premiándonos por soportar la inclemencia del temporal, otros matungos se suicidaron. A éstas alturas ya nos llamaba poderosamente la atención no lograr un solo peje de 30 cm para abajo. “Estos son los primeros y siempre salen así, aislados, pero luego se afirman los cardúmenes grandes y tenés piques constantes pero tamaños mezclados”, afirmó Cannito, que lleva dos décadas guiando clientes.

En media jornada comprobamos que los pejes habían elegido ese día el centro del cauce y estaban alejados de las orillas. Cuando paramos a comer, vimos una de las posibles explicaciones a éste comportamiento. Mientras el guía tiraba unas hamburguesas en una sartén salvadora que las cocinó velozmente en una cocina con gas butano,  anclamos cerca de una costa y vimos que los doradillos estaban a pleno atendiendo a sus presas.

En medio de su tarea gourmet, el guía soltó una línea al agua justo en un momento en que el sol se coló por un ojo entre las nubes. No tardó en tener respuesta, con un doradillo de casi dos kilos que pudo sacar de milagro gracias a tener caña en mano y clavarlo pronto, pues aunque logró mellarle el nailon de la brazolada, pudimos hacerlo entrar en el copo. Tras desanzuelarlo y devolverlo, entendimos el porqué el peje no arrimaba al junco. Seguramente las heladas que se han producido entre nuestra visita y la llegada de éstas líneas a los ojos del lector ya hicieron su tarea de decantar el agua, enfriar las costas y desactivar a este doradito, permitiendo el arrime de las flechas de plata a sus ámbitos dilectos.

No obstante esta realidad de principio de temporada, terminamos haciendo unas pasadas en juncales que están aguas abajo del Club Guazú, donde los piques fueron mucho más esporádicos. En nuestra visita, el pejerrey prefirió volcarse sobre costas entrerrianas, más profundas, donde el río “come barranca” mientras que, en las bonaerenses, la realidad es de costas bajas, con bancos, donde el Guazú deposita sedimentos.

Romper con lo clásico

Pero lo bueno de la pesca es que es una actividad que nos obliga a pensar, a ser inteligentes. Sólo quien aprende de las experiencias, pero además con la flexibilidad para cambiar preconceptos, evoluciona en éste juego de detectar qué está pasando bajo la superficie. Y así, en otro día, con otras circunstancias –sol, heladas, mayor o menor ruido de lanchas, etc.– la pesca será diferente.  

Nota completa en Revista Weekend del mes julio 2018 (edicion 550)

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Wilmar Merino

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