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PESCA | 08-12-2017 09:07

Tarariras a puro fly cast

En Arroyo Seco cumplimos un doble desafío: ir por las mandíbulas más feroces de los pantanos pescando en la técnica más refinada, y lograr el debut de un primerizo en el arte de la pesca con pelos y plumas. Galería de imágenes.
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Solo un tiro bastó. Apenas la mosca símil ratón cayó al agua algo movió cerca, una suerte de onda en superficie que se transformó en estallido cuando al segundo strippeo un borbollón hizo desaparecer la mosca-ratón y la efectiva clavada llenó los ojos de belleza al ver el salto magnífico de una tararira rabiosa. Lo que siguió fue igual de vibrante: una pelea plena de corridas, saltos, intentos de fuga desesperados cuando pensábamos que iba a entregarse y la foto al fin, precediendo la devolución. Fue la primera de una sucesión de emociones que vivimos en Arroyo Seco buscando las tarariras en fly cast.

Para muchos, Arroyo Seco es la sede de la Fiesta Provincial del Armado Santafesino. Para otros, apenas un punto antes de llegar a Rosario, a la vera de la Ruta 9, acaso recordable porque Lionel Messi tiene una casa frente al río.

Lo cierto es que, pese a su poca promoción como destino turístico, se trata de un excepcional pesquero en las cuatro estaciones, donde se toca la avanzada de invierno que viene del Plata con el retiro del estuario en tiempos fríos de los dorados, bogas y surubíes. Esta vez, a diferencia de otras en donde fuimos a Arroyo Seco a buscar variedad de especies, nos movió un objetivo central para visitarla: hacer una pesca de tarariras exclusivamente en fly cast.

El mejor momento

Nuestro referente local, a falta de guías, es un notable pescador que alguna vez se dedicó a llevar gente y hoy solo disfruta de la actividad de forma recreativa: Emiliano Michelotti. Motivado por nuestra inquietud de pesar hoplias en fly, realizó un scouting por zonas de probable rendimiento y nos dijo las palabras mágicas: “Vengan tranquilos que las taruchas están”.

Como si fuera poco desafío tentar a la especie solo con plumas y pelos, llevamos en la travesía a un pescador debutante en esta técnica: Alvaro Gironacci. Toda la ansiedad de su bautismo en fly comenzó a ser aplacada ya desde nuestro punto de encuentro –el embarcadero del Rowing Club local, sede de la movida náutica en Arroyo Seco– por la contrastante tranquilidad de nuestro anfitrión, que solo le recordaba los pasos a seguir para lograr un buen casteo. La voracidad de las taruchas iba a hacer el resto.

La bajada del Rowing es veloz mediante un tráiler en rampa. Enseguida pusimos proa aguas arriba, cruzando en diagonal el Paraná hacia costas entrerrianas, para llegar en pocos minutos a un ancho río a nuestra derecha llamado El Brasilero ,entramos en él y a poco de navegarlo Emiliano arrimó a la costa. “Probemos acá.” No veíamos dónde, ya que El Brasilero no parecía ser un ámbito adecuado. A instancias del guía cargamos el bolsito mosquero, una botellita de agua, repelente, y empezamos a caminar a campo traviesa en forma perpendicular a la costa. Al cabo de unos 600 metros llegamos a unos madrejones y lagunas que están adentro del campo. Estos charcos, producto del efecto “plato de sopa” que se da en las islas en donde el río madre los llena cuando crece y quedan semiaislados al bajar, son verdaderos paraísos tarucheros que al irse reduciendo por la bajante concentran muchos peces en poco espacio y en aguas bajas que se calientan rápido.

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Los equipos adecuados

Armamos equipos 7/8 y a la hora de los líderes optamos por seguir la modalidad local: trenzar cuatro metros de nailon 0,35 mm para que al finalizar el trabajo queden 2 metros trenzados, y unir un extremo en loop to loop a la cola de rata (de flote) y el otro a un cable de acero de 20 lb (1 libra = 0,0453592 kilo) del cual atamos las moscas.

Dos pescadores optamos por moscas de superficie en formato ratón –entre los que me incluí– y el resto por streammers de colores oscuros, que son los que mejor recortan en estas aguas turbias para un pez que las atacará de abajo y las contrastará con un reflejo solar supino.

La pesca aquí fue extraordinaria, tanto en tamaño como en calidad. Taruchas de kilo a 2,5 kilos se sucedieron en las capturas y “casi todos” tuvimos la oportunidad de divertirnos. Y decimos casi porque nuestro debutante, pese a sus casteos que de a poco ganaban en distancia, seguía siendo esquivado por las mandíbulas más feroces de los pantanos.

Al mediodía, con un calor intenso, paramos a descansar y degustamos un asado pantagruélico en el rancho isleño de nuestro guía, mientras planeamos la tarde en otro point taruchero donde Álvaro esperaría su revancha.

Salimos al Paraná nuevamente y desde allí hasta el riacho Los Laureles, donde navegamos unos 30 minutos hasta una zona de esteros, donde buscamos márgenes desbordadas que eran la mejor opción para pescar las feroces taruchas.

Acción por la tarde

Aguas bajas que calientan rápido, ideales para vadear con simples botas y con poca vegetación emergente, prometían piques seguros. Sin embargo, tardamos unos 15 minutos en tener respuestas. Emiliano clavó una muy buena que pasó los 2 kilos. Y al rato él mismo volvió a lograr otro ejemplar similar.

Me arrimé a su zona de pesca y comenzó mi propio festival con una sucesión de notables capturas en superficie, siempre con moscas tipo rata que marcaron diferencia sobre los streammers, que encima juntaban mugre con la vegetación sumergida.

Fue el tiempo de empezar a llamar a gritos a Alvaro, quien se había alejado unos 300 metros. Finalmente dejamos reposar el ámbito hasta que llegase el novel mosquero y le cedimos la cancha libre para que las tuviera a todas para sí. Era su momento.

Tres casteos de unos 15 metros le bastaron para vivir la emoción de su vida: su mosca desapareció de la superficie y se acordó del consejo de clavar no con la vara hacia arriba (vicio del bait) sino apuntando a la taru con la caña y haciendo un tirón atrás con la mano izquierda. Así, una vez pinchada, pudo elevar la caña para amortiguar las embestidas de la tarucha. Finalmente logró cansarla. No era muy grande, pero sí será inolvidable para Alvaro, como lo es para todos los mosqueros su primera captura en fly.

Ya con la deuda satisfecha, cada uno cerró la tarde a puro pique, cambiando moscas cuando no daban más, gozando con saltos y corridas y multiplicando las sonrisas. Eso sí, ninguna fue tan amplia ni transmitió tanta alegría como la de Alvaro, quien pescó por primera vez una tararira con mosca.

Si el legendario Roberto Zapico Antuña denominó a las tarariras maestras de spinning, podemos decir que para el novato en pesca con mosca su agresividad y concentración en masa en pequeños territorios la convierten también en una indudable maestra del fly que facilita el debut de los no iniciados.

Un viaje de ida que ya lo puso en carrera a nuestro amigo en esta deportiva modalidad, que nos mantiene aprendiendo de por vida.

Nota completa publicada en revista Weekend 543, diciembre 2017.

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Wilmar Merino

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