Thursday 25 de April de 2024
TURISMO | 27-11-2017 08:36

Explorando el parque costero

Un recorrido desde Vieytes hasta Pipinas, pasando por Punta Indio, Verónica y Magdalena, para descubrir el resurgimiento turístico y gastronómico del sudeste cercano a C.A.B.A. Galería de imágenes.
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El Pato queda bajando la Autovía 2 en el Km 38, donde nace la ruta 36 hacia la costa. Es el punto de encuentro de un circuito de dos días que vamos a compartir por pintorescos poblados y por el Parque Costero del Sur, reserva mundial de biosfera declarado por la UNESCO en 1984.

El sábado arrancó espectacular, a sol radiante y con unos 20 ºC para disfrutar a pleno. Compuesta por 8 vehículos, la caravana del club de turismo Gente de Ruta arranca hacia el primer destino: el pueblo de Vieytes. En este tramo el paisaje ofrece grandes extensiones de campo entre rotondas que vamos atravesando, siempre por la 36 que conduce hasta el poblado citado. De uno en fondo, los autos pasan el arco de entrada por calle Diagonal. A mano derecha, la pequeña capilla San Benito del año 1908, resalta sobre una esquina; y unos metros más allá, el arribo a la añeja e inactiva estación del tren en la que hoy funciona la biblioteca municipal. Estacionamos bajo la arboleda para caminar hasta el andén, desde donde se obtiene, además, una muy apacible vista de esta diminuta urbe rural que cuenta con apenas 300 habitantes y unos 125 años de vida. Frente al predio ferroviario, un viejo almacén se conserva desde 1917, aunque convertido desde tiempo en la agroveterinaria El Palenque, la que es también centro de reunión de los lugareños. Un viejo molino, una veleta, carteles de antaño; y en su interior, estanterías, un largo mostrador y algunos licores para degustar entre los visitantes.

De vuelta en ruta, ahora en la 20, el periplo sigue hasta Magdalena, y de allí por la ex ruta 11 que lleva al referido Parque Costero del Sur. Aquí culmina el asfalto y comienza un firme camino de conchillas, bien apto para todo tipo de vehículos. Florencia, guardaparque del lugar, nos comenta: “Estas formaciones aconchilladas se depositaron en los sucesivos avances del mar en etapas geológicas muy remotas. Al retirarse las aguas marinas, este particular y muy estable suelo, quedó para siempre en toda la zona”.

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De los 80 km del parque, vamos a recorrer unos 50, exactamente hasta la salida hacia Verónica. El reservorio protege un área de transición entre dos ecosistemas, la costa del río y la selva ribereña, muy poblada de talas y coronillos. Los primeros 12 km atraviesan grandes franjas de vegetación achaparrada y, luego, tupida naturaleza. Numerosas aves sobrevuelan y alguna que otra liebre cruza raudamente delante del vehículo para escabullirse en el pastizal. Aparece un recodo en el sendero, un par de arroyos, y a la izquierda la tranquera que describe: “Fundación Pearson y Reserva Natural El Destino”. Apenas se ingresa, a mano izquierda se halla la zona de camping con buena arboleda, mesas, bancos, fogones y sanitarios. Almuerzo en el lugar.

Bajo un entorno sumamente tranquilo llegan las viandas con sándwiches, empanadas y jugos. Tras la comida, por el camino interior vamos hasta unos antiguos galpones del lugar, reciclados y convertidos en dormis. Linderos, amplios jardines y espacios parquizados. Y desde allí, una senda que permite disfrutar de una corta caminata hasta el sendero autoguiado del Tala, que se extiende a lo largo de unos 150 m entre miradores y carteles interpretativos, en especial, alusivos a esta especie arbórea que se protege y abunda en todo el reservorio. De allí, a poca distancia aparece la costa del Río de la Plata y una nueva caminata por la amplia playa del lugar.

Dejamos la reserva para seguir recorriendo el parque costero. Los próximos 20 km cruzan arroyos, atraviesan fincas rurales y zonas de canteras. Llegamos a Punta Indio, única población dentro del área protegida. Es una localidad pequeña, sencilla, dotada de fondas camperas, casas de fin de semana, bungalows y cabañas. Hay también recreos, campings y, vecina al pueblo, la estancia Santa Rita con su pintoresca capilla sobre la ruta. El casco data del siglo XIX y su reciclada caballeriza se utiliza para albergar huéspedes. Muy próxima, la calle Pericón lleva hasta la zona balnearia. Playa de arena, sombrillas, puestos de artesanos, regionales, parador gastronómico y el imponente monumento al Indio Querandí hecho con chatarra y hierros en desuso. A poca distancia aún se conservan las ruinas del hotel El Argentino (1934), que fue destruido por una gran crecida y sudestada del río. Se ven algunos rastros de lo que fueron sus habitaciones y salones contiguos, donde además funcionó el primer casino de la provincia.

Dejamos Punta Indio y, a corta distancia, también el Parque Costero del Sur y su buena traza de conchillas. Ahora, la ruta asfáltica nos lleva hacia Verónica, cabecera del partido. Un atardecer magnífico acompaña mientras circulamos por la circunvalación enmarcada por grandes extensiones de campo. El camino se convierte en la calle 27, que nos lleva directo al centro de esta ciudad cortada en dos por el tren (hoy ya no circula, pero se conserva su estación). Resaltan las diagonales, y se entiende cuando nos contaron que su traza urbana fue realizada por el mismo cuerpo de ingenieros que diagramó la ciudad de La Plata.

Bien cerca está la ruta 36. Volvemos a ella para emprender el último y cercano tramo hasta el pueblo de Pipinas. Con las primeras horas de la noche llegamos al emblemático hotel del lugar, reciclado desde hace años. Buena cena y cantantes, lindo combo para cerrar la jornada…

Domingo, desayuno y visita guiada por el poblado. Claudia Díaz, socia fundadora de la “Cooperativa Pipinas Viva”, informa sobre los inicios del lugar: “El pueblo, conocido como Pipinas, se fundó el 13 de diciembre de 1913, aunque su nombre original es Las Pipinas. La estación ferroviaria se denominó así en alusión al apodo de dos pequeñas hermanas que vivían en la zona. Por el gran cariño que don Benjamín Barreto (encargado de nominar aquellas nuevas estaciones de la región) tenía por las niñas, bautizó con ese nombre a la flamante estación”.

En el lugar, la cementera Corcemar se instaló en 1938 para explotar los grandes yacimientos de conchilla de la región, construyendo una gran planta fabril que incluía un importante horno de cemento y su imponente chimenea (hoy sendero turístico), un hotel (hoy abierto al turismo), casas para empleados y un centro recreativo y deportivo. En 1991, la empresa fue comprada por Loma Negra, que la vació hasta su cierre definitivo en 2001. Hoy día, el predio pertenece a la Comisión Nacional Aeroespacial que está llevando adelante el proyecto Tronador II, con su centro lanzador de cohetes satelitales. El pueblo cambió la nostalgia y el recuerdo de la fábrica por un futuro que apuesta a nuevas realidades que generan trabajo en la región.

Nota completa publicada en revista Weekend 542, noviembre 2017.

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Marcelo Ruggieri

Marcelo Ruggieri

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