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PESCA | 17-08-2017 08:30

Luego de las inundaciones, dónde están los grandes dorados del Paraná Medio

Nos enfrentamos al tigre de los ríos sólo con artificiales, señuelos y moscas. Tácticas, equipos y lugares donde encontrar a estos aguerridos cazadores. Galería de imágenes.
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La transición. El pasaje de lo claro a lo oscuro, la brecha que separa la quietud de la velocidad, el trayecto de la hondura a la superficie, el lapso que va del día a la noche. Definitivamente el dorado es un pez de transiciones, y para dar con él, localizarlo y disfrutar a pleno de su pesca hay que estar muy atentos a estas transiciones físicas o temporales. Físicas, cuando nos referimos a un cambio de agua clara a una oscura, por ejemplo en una desembocadura, un desborde de laguna o cualquier otra junta de aguas de diferente tonalidad que se presente. Sitios más que propicios para pasar una mosca o un señuelo que simulen un pez forrajero. También las transiciones de aguas de igual tonalidad pero de diferente velocidad, que pueden darse en proximidades de una saliente de la costa, de un tronco semisumergido o de afloramientos de un fondo irregular y ni hablar de un veril abrupto. Sitios predilectos de los dorados para acechar a sus presas. Y temporales cuando la transición es de la noche al día y viceversa: es sabida la proverbial afinidad de todas las especies cazadoras por los dos crepúsculos del día (el diurno y el nocturno), momentos de medias luces que hay que aprovechar para encontrar a los dorados con todos sus sentidos enfocados en dar con una posible presa.

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Primero el Santa Lucía

Con Javier Enrique y Germán Avalos Billinghurst habíamos comenzado este nuevo relevamiento en aguas correntinas, precisamente en la desembocadura del río Santa Lucía en el Paraná, a muy pocos minutos de navegación –aguas arriba– de la ciudad de Goya. Se trata de una junta de aguas bien diferenciadas. Las leonadas del gran río recibiendo a las negras y translúcidas del tributario a la vista de garzas, biguás y otras aves ictiófagas, que siempre son una buena señal (si hay aves, habrá pequeños peces; si hay pequeños, generalmente habrá mayores tras ellos).

Acomodando la embarcación con el motor eléctrico para no perturbar el sector, comenzamos los intentos en spinning y bait cast con señuelos de media agua y equipos compuestos por cañas de bait cast de 6,6 pies (1 pie: 0,3048 metros) y 6 a 15 libras (1 libra: 453,592 gramos), con reeles rotativos de bajo perfil y equipos de spinning con varas de 7 pies y similar libraje con reeles frontales medianos. En ambos casos cargados con hilo multifilamento del 0,23 al 0,25 y terminados con 1,5 a 2 m de fluorocarbono del 0,60 mm. Esta puntera, además de no delatar el engaño por ser translúcida, evita molestos enredos del multifilamento con los anzuelos. Y como este material resiste las dentelladas del dorado, hace que se pueda prescindir del cable de acero. Otra ventaja: debido a la conducta del dorado de acercarse al pez clavado y en lucha, procurando arrebatarle el supuesto bocado, muchas veces puede atropellar el sedal y cortarlo en estas embestidas, siendo el tramo de fluorocarbono un reaseguro en estos casos.

Bagres, sábalos, boguitas, mojarras y alevinos de otras especies forman parte de la dieta del dorado. Buscando imitar algo parecido y apetecible dentro de su menú probamos señuelos de distinto calado y diseño. Fueron los más voluminosos y que mueven agua (con más vibración) los que lograron destapar la olla del pique. Los rattles (bolillas de acero que tienen en su interior algunos modelos), agregan sonido y atractivo, así que nos inclinamos por ellos, ya que la estrategia era lanzar al agua turbia y cruzar con el artificial trabajando a pleno a la zona de agua clara. El pez cazador oculto en esa franja de transición es orientado primero por el chasquido del señuelo al caer al agua, segundo por la vibración y sonido que emite en su trayectoria y en última instancia por la vista del engaño a medida que el agua se va aclarando.

Dorados como lobos

Los piques no tardaron en llegar. Y cuando decimos piques, nos referimos a piques firmes. Y de dorados, no doradillos. Incluso dobletes. Es frecuente esta conducta en los dorados cuando se los pesca con equipos livianos: el pez en lucha, lejos de asustar a sus congéneres, emite señales de cacería, no de peligro, y eso atrae a otros dorados como a una jauría de lobos a la escena de la pelea. Por eso es tan efectivo que un segundo pescador lance su señuelo o su mosca justo por detrás del dorado que viene prendido. Es una buena manera de concretar dobletes y hasta tripletes. La precaución debe ser no cruzar las líneas ni enredarse, lo que puede llevar a irremediables y odiosos cortes.

Con buena faena realizada en la boca del Santa Lucía, emprendimos viaje hacia el sur, con destino final en la zona del Isoró, donde Javier tiene instalada una base de operaciones en pleno sector de pesca, con un campamento con comodidades de sobra para el pescador. Carpas estructurales con camas y colchones, luz eléctrica, parrilla, cocina, quincho, baños con agua caliente y todo lo necesario para alojarse a minutos de los mejores pesqueros. Una buena manera de ahorrar tiempo y poder pescar bien los dos momentos claves del día sin largas navegaciones ni tanto desplazamiento, amén del placer de pernoctar en un ámbito natural y silvestre.

El mejor doblete

La tarde la ocupamos en recorrer arroyos, lagunas, boquitas y correderas que fueron sorprendiéndonos en rendimiento. A veces buenos lugares que nos fallaron y en ocasiones sitios que no parecían tan buenos que se destacaron por piques por sobre la media. Pero así es la pesca, nunca se sabe dónde saltará la mejor liebre, lo que nos obliga a convertirnos en incansables lanzadores de señuelos, en permanentes intentadores. El premio que nos espera siempre vale la pena. En algunos puntos clave de poca profundidad, aun para los artificiales de media agua que se enganchaban abajo, decidimos tunear señuelos, recortando un poco los baberos de plástico con un alicate o calentando con un encendedor la paleta y doblándola para modificar su ángulo de ataque, obteniendo en última instancia una menor profundidad de acción. Así conseguimos en una junta de aguas de diferente tonalidad, en la entrada de una laguna, dar con el mejor doblete de la jornada. Y con las últimas luces rojizas del día, a la hora mágica, capturamos la pieza mayor para coronar un extraordinario día de pesca.

Un final de jornada que además nos deparaba un premio extra: un asado crepitando sobre las brasas con el que Flavio, Alfredo y Corea nos esperaban en el campamento.

El segundo día lo dedicamos a intentar lo mismo que el anterior pero con mosca (fly cast). Armamos conjuntos de potencia #7 y #8 con líneas de flote, líderes no muy largos de fluorocarbono y moscas voluminosas de tonos oscuros atadas en anzuelos 2/0 y 3/0. La forma de vincular la mosca al conjunto, si no se confía en el fluorocarbono, es mediante un cable de acero de al menos 15 cm y de unas 20 libras de resistencia, los de 7x7 (49 hebras de alambre) son buenos para darle naturalidad en el agua y muy dúctiles a la hora de atarlos. Usamos dos nudos de buenas prestaciones: Albright (óptimo para vincular el nailon del tippet al cable de acero) y el lazo antideslizante (ideal para atar el cable al ojal de la mosca).

Logramos prender un par de doradillos antes de que se levantara un importante viento del Sur que nos llevó a abandonar los pesqueros más abiertos de las correderas de la Boca Nueva y buscar refugio en los arroyos con reparo de monte en la zona conocida como La Cueva del Pato Negro. Allí, a poco de llegar notamos actividad en las orillas bajo los árboles, lo que nos impulsó a cambiar estrímeres por bolitas de plástico con un pequeño líder de acero y anzuelo de pata corta pasante por dentro de la esfera. De esta manera, lanzando con la caña de mosca estos engaños hacia la orilla, casi por debajo de los árboles (haciendo que cayeran como un fruto del monte) logramos desencadenar interesantes piques de pira pitá (salmón de río) y hasta de un pacú que terminó desprendiéndose después de un par de fuertes escaramuzas. La idea es lanzar, que la bolita haga el “plop” característico de una semilla o fruto cayendo, dejar que se hunda mirando atentamente la línea de flote y, si notamos que tiene un movimiento antinatural, clavamos antes de sentir el pique. Es una clavada visual, antes de sentirla en la mano cuando ya puede ser tarde. Muy interesante, casi apasionante, que nos hizo olvidar por completo del viento, de los dorados y de muchas otras cosas. Otra pesca, una alternativa más para la mosca, un camino para seguir explorando y aprendiendo y una grata sorpresa que nos brindaron las aguas goyanas.

Por la tarde

La jornada siguió ventosa y nos impuso volver a los señuelos con resultados similares a los del día anterior. Hasta logramos darnos el gusto de intentar con señuelos paseantes y también con ellos tuvimos ataques. Si bien el dorado no es un habitual cazador de superficie, la emoción que representa ver a un ejemplar subiendo y atacando arriba bien vale el intento. Dejamos Goya con muchas vivencias nuevas, los señuelos llenos de dentelladas, algunas moscas masticadas, unas cuantas emociones vividas y la certeza de que los dorados –esos habitantes de las transiciones– están presentes en calidad y cantidad, como para vivir a pleno buenas jornadas de pesca con artificiales. Con la convicción de que si nuestra vida es también una transición, nada mejor que transitarla pescando.

Nota completa publicada en revista Weekend 539, agosto 2017.

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Alejandro Inzaurraga

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