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PESCA | 25-07-2017 08:47

Dónde encontrar matungos muy combativos

El corredor de la Autovía 2 tiene en Las Barrancas un pesquero de estratégica ubicación en el contexto de Las Encadenadas, ideal para dar con pejerreyes de calidad.
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El corredor de la Autovía 2 pareció tener siempre una suerte de regla implícita a la hora de elegirlo como destino de pesca: queda cerca de varios grandes centros urbanos, tiene buenos accesos y servicios pero... el tamaño de sus pejes no era de lo mejor. Así las cosas, si uno quería meter pejes de 40, debía buscar destinos más lejanos. Por eso me llamó mucho la atención la noticia de regios matungos en Las Barrancas, pesquero de Lezama que vino sosteniendo rindes parejos en una calidad impropia para una laguna tan cercana y quisimos ir a comprobar su buen momento.

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Referencias físicas

Perteneciente a las Encadenadas, Las Barrancas, por su ubicación geográfica, es el fusible entre el Salado –la gran vértebra y ruta del pejerrey en la provincia de Buenos Aires– y el sistema de lagunas que une El Burro, Adela, Chascomús, Vitel, Chis Chis, Las Tablillas y nuestra protagonista. Esto hace que cuando el Salado se convierte en una barredora eficaz por estar bajo y dragado, el peje de las otras lagunas vaya derivando hacia este espejo junto con el agua. Y por el contrario, como ocurre en estos momentos en que el Salado mete agua, recibe aportes hídricos mediante el puente La Horqueta (con toda la riqueza íctica que esto conlleva), lo que aumentó su superficie de las 900 hectáreas habituales a las 1.000 actuales, y metió mucho alimento a la laguna.

Esto ha generado una importante reserva hídrica en la cubeta del espejo que esperemos que pueda conservar en los meses cálidos y no ocurra lo del verano pasado, donde se tuvo que hacer una obra de urgencia para evitar que el espejo se secara. Y en este contexto, el peje del Las Barrancas está sano, fuerte y vigoroso, pero esparcido en mayor superficie, lo que obliga a buscarlo más.

Aquí es donde la mano de un buen guía facilita los caminos al éxito, pues quien ingresa constantemente al espejo está al tanto del comportamiento de la especie, que a veces se encuentra en los bajos y en otras ocasiones se da al garete en claros amplios. Jonathan Sarena fue nuestro anfitrión en esta ocasión, quien opera con una lancha trucker bien motorizada que hace la pesca cómoda para cuatro pescadores.

El acceso

Realizamos sin problemas el camino partiendo desde Buenos Aires a Lezama por la cómoda Autovía 2 hasta la YPF local, donde nace a mano derecha la Ruta Provincial 58 que nos lleva al puente El Destino y Pila. A los 6 km sale un camino de tierra a la derecha, que si bien dice a Las Barrancas no debemos tomar, pues nos conducirá al puente Santa María que conecta las lagunas de Tablillas con Las Barrancas. Seguimos entonces por la 28 hasta el Km 13 donde en un curvón grande saldrá otro camino real de tierra que nos lleva directamente al puente La Horqueta –donde vimos mucha gente pescando carpas a rabiar usando solo lombrices como cebo– y 500 metros después llegamos al pesquero. Tras el reencuentro con Bebe Arroupe, encargado del pesquero Las Barrancas y de invalorable tarea protegiendo el espejo del furtiveo, la primera impresión fue sumamente grata: el predio que hace unos años era solo un páramo, ahora tiene servicios para hacer la estadía del pescador más amable: fogones, baños, mesas con sillas, un muellecito para embarcar con cierta comodidad y árboles sembrados que en un mediano plazo darán buena sombra. Para hacer intentos de orilla, ahora que el camino que circunvala quedó tapado por agua, hay que caminar y buscar ámbitos despejados donde poder tirar un barranquín para el peje o líneas de fondo para carpas y bagres.

Equipo empleado

Cargamos todo velozmente y partimos con Jonathan a buscar nuestro objetivo: el gran peje de Las Barrancas. Tras una corta navegación ya estábamos anclando de tolete (con un ancla grande que nuestro guía tiene y evita el garreo de la embarcación) en los bajos de Quino y lanzando líneas al agua. Cañas de 4 a 4,25 metros telescópicas y reeles con 200 metros de carga de multi de 0,20 fueron los utilizados. En cuanto a boyas, el día se presentó nublado y con amenaza de lluvia, y al pescar anclados sobre el brillo del sol, hizo que las preferencias se volcaran a tonos oscuros en un principio.

Las brazoladas las dejamos en un rango corto de 20 a 35 cm, y a sugerencia de Jonatan encarnamos doble mojarra para voluminizar el cebo atento a los grandes pejes que eran nuestro objetivo. Para el primer pique esperamos 20 minutos, pero al fin Joni rompió el hielo con un matungo de 40 cm que pescó a buena distancia. Primeras fotos y ánimos entonados. Luego volvió el guía a ser el de la suerte y clavó otro regio ejemplar que si bien no llegó a la medida del anterior, dio mucha más lucha.

Finalmente llegó mi turno de lucirme con una hermosa flecha de Las Barrancas, que se animó a mis inefables boyas “ping pong” que nunca fallan. Tras meter el primero, cambié mi aparejo por otras boyas en formatos más amables (las ping pong se ven bien de lejos y derivan fácilmente, pero al clavar ejercen mucha resistencia y hacen mucho barullo en el agua al recogerlas). Lo que no varió fue el concepto de usar boyas que recortaran bien su silueta en el brillo.

Los grandes: una constante

Los parates entre piques eran prolongados, por lo que decidimos recorrer un poco la laguna visitando otros puntos rendidores. Pasamos por los Bajos de Gawhiler y La Virgencita, donde también tuvimos el mismo rinde de esporádicas capturas pero muy buenas en tamaño. Un garete por un claro nos permitió levantar un par de piezas ya sin tener que rompernos los ojos con el brillo del sol, cosa que agradecimos, y finalmente el guía nos llevó a probar suerte a la zona de La Escuelita, donde se repitió la misma historia: lográbamos pocos pero buenos ejemplares.

Así las cosas, Las Barrancas nos obligó a trabajar bastante buscando las piezas, no tuvimos la suerte de otras jornadas de encontrar el pejerrey más amontonado y lograr al menos una decena de ejemplares por zona. Todo lo contrario, lo nuestro fue ir variando constantemente de ámbitos, algunos más bajos en profundidad, otros más profusos en juncos, o despejados para permitirnos un garete. Lo que no cambió fue el tamaño de las piezas: ejemplares robustos de 35 a 40 (no sacamos ni un solo pejerrey por debajo de 30 cm), combativos por demás y que nos obligaban a estar muy atentos al pique para no perder la pieza, dado que si fallábamos la clavada rara vez volvían a picar enseguida.

Fue un hermoso desafío practicar esta pesca tan activa y de movimiento constante. Pero el premio era grande. Una quincena de ejemplares en una mañana, todos de excelentes portes, nos permitió irnos con el objetivo cumplido: el corredor de la Autovía 2, sí señor, también tiene pejerreyes grandes.

Nota completa publicada en revista Weekend 538, julio 2017.

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Wilmar Merino

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