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TURISMO | 18-02-2017 10:00

Sierras y mucha agua

Trapiche tiene un típico paisaje puntano y está ubicado próximo al dique La Florida. Ofrece ríos y embalses para disfrutar el verano a pleno.
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Apenas cruzamos el moderno portal de entrada de El Trapiche, nos recibe un típico pueblo serrano de calles angostas y ondulantes, situado a 1.050 metros sobre el nivel del mar. Entre fértiles tierras con cultivos extensivos que escoltan las lomadas vecinas, se asienta esta pintoresca localidad sobre las márgenes del río homónimo, bien pobladas de frondosos árboles, espacios verdes, complejos de cabañas, hosterías, campings y pequeños balnearios.

Oro y descanso

Entre las últimas colinas de las sierras de San Luis, esta villa turística supo nacer en 1792 como una comarca dedicada a la actividad minera. En un gran trapiche de aquel entonces, pulverizaban el oro extraído de la cercana y ahora extinguida mina La Carolina. Hoy un monumento recuerda a este instrumento de molienda, representado por una enorme rueda de granito. Junto a él, un simbólico túnel minero, que es quizás el más fiel homenaje al esfuerzo de los obreros que obtenían el mineral para su explotación.

A pesar del intenso movimiento que impone el verano, el poblado resulta ideal para el descanso y el contacto con la naturaleza. Recorremos la villa en cuatris, bicis o a caballo, y vemos que el río Trapiche es el gran protagonista y eje fundamental del casco urbano. Ambas márgenes son ideales para un buen pic-nic y el plácido disfrute bajo la buena arboleda o en sus pequeñas playas, sin duda propicias para un relajante chapuzón.

Vamos andando la zona céntrica y sobre un recodo sobresale la iglesia Nuestra Señora del Rosario. la construcción es del año 1937, y en su sencillo interior cobija imágenes de Nuestra Señora de la Sierra, San Martín de Porres y de un Cristo hallado luego de la crecida del río en el año 2001. En la costanera, la llamativa Plaza de los Artesanos invita a recorrer sus stands plagados de productos regionales, tejidos, trabajos en madera y cerámica, dulces y alfajores.

Trepando por la calle San Martín, a corta distancia llegamos al Cristo Redentor, importante obra de dos metros de altura realizada en mármol de Carrara, que reproduce la monumental silueta ubicada en el cerro Corcovado, en Río de Janeiro. “Fue la primera escultura religiosa del pueblo –comenta Luis Fuentes, oriundo de la zona– y se eligió este sitio porque aquí se celebraron las primitivas misas, antes de que existiese la iglesia.”

Los cajones del Grande

Por los alrededores, sólo 3 kilómetros bastan para llegar al paraje denominado Siete Cajones. Se trata de un complejo que cuenta con siete piletones naturales conformados por las piedras del lecho del río Grande, de aguas frescas y cristalinas. “Conviene consultar antes de ingresar al agua –sostiene Lucas, uno de los guardavidas– ya que el caudal del río suele variar en forma cotidiana.”

Rumbo al gran dique

En su única calle de acceso hay hospedajes, locales gastronómicos y puestos de artesanías. Cercana, la fábrica de alfajores Quebrada del Agua invita con sus manjares.

A escasos 5 kilómetros del pueblo vale llegarse hasta el Embalse La Florida, sobre el río Quinto. Esta enorme estructura data del año 1953 y se construyó para atenuar las crecidas del río. Sobre su amplio paredón de 75 metros de altura se puede cruzar con vehículo, con el regalo permanente de fantásticas vistas. En su espejo de agua de 725 hectáreas –que abastece de agua potable a las ciudades de San Luis y Villa Mercedes–, se puede practicar windsurf, canotaje, kayak, natación, buceo, y pesca de pejerreyes y carpas de buen tamaño.

Sobre las márgenes del dique se extiende la Reserva Florofaunística, de 340 hectáreas, un reducto creado para preservar el ambiente natural y las especies del lugar. El circuito es de 4 km por un camino asfaltado interno. También se puede realizar un trekking por senderos entre tupida vegetación y ejemplares de caldenes, algarrobos, talas, chañares, breas y espinillos. Sorprenden las inmensas jaulas que albergan a algunas especies de la zona (zorros grises, pumas, jabalíes, pecaríes, vizcachas). Y en libertad, donde es posible con buena suerte poder observar guanacos o cruzarse con alguna liebre. Lo que seguramente se podrá disfrutar es el avistaje de infinidad de aves, mucho aire puro e interesantes rincones para un safari fotográfico, además de muchos otros atractivos que encierra la zona.

El agua como protagonista

Seguimos el camino que bordea el río Trapiche, andando entre sauces y membrillos, para conocer otro dique cercano, el Antonio Esteban Agüero, construido en 1997 sobre el río Grande. La cuenca posee unas 100 hectáreas y está enclavado entre sugestivos paisajes serranos. Sin duda, todos estos sitios adquieren mayor relevancia en época estival. Los ríos vienen con mayor cauce, hay agua en todos los balnearios, los embalses están en todo su esplendor, y el disfrute por las actividades náuticas o por un simple chapuzón se escalonan entre las preferencias de los visitantes. Y si es acompañado por el buen sol cuyano y el microclima generado en la región, la estadía será todavía mucho mejor…

Nota completa publicada en la edición 533 de revista Weekend, febrero 2017.

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Marcelo Ruggieri

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