Para los fanáticos de la bici es casi indispensable viajar con ella. Pero también se complica si toda la familia pedalea… o llevamos un tráiler o hay que buscar otra opción. San Martín de los Andes con sus montañas, lagos, sendas y, sobre todo, alquiler de bikes, kayaks y cuatris, nos predispuso todavía más a la aventura.
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La primera recomendación es recolectar información de los bikers locales; también algunos de los muchos comercios que alquilan bicis entregan un mapa con recorridos. Otra buena opción es ir a la oficina de turismo de la ciudad, en la que tienen decenas de folletos y mapas.
Para los que venimos del llano, lo primero que hay que olvidarse es de nuestros kilómetros lisos y aburridos: 20 km de ripio en subida equivalen a 60 km en el llano... ¡no sé si no me quedo corto!
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Al día siguiente de llegar empecé con el ritual biker: bici ensillada, camelbak preparado y a primera hora estaba pedaleando. Arrancar con frío, los músculos dormidos y en subida no es recomendable, por lo que se impuso caminar al lado de la bici para después de un rato empezar a trotar. Cuando llegué al primer repecho ya estaba con la temperatura óptima para subirme a la bici.
Tierra de montañas
El Parque Nacional Lanín bordea prácticamente la ciudad, por lo que en un par de kilómetros ya estaba flanqueando la entrada. Mi objetivo en solitario era el mirador
Bandurrias, al que habíamos llegado el día anterior haciendo trekking y por otro itinerario. Entré a un camino de ripio que bordea el flanco de la montaña, en continuo zigzagueo y con vistas soberbias al lago Lácar. Casi la mitad del recorrido es subida (de las que duelen), así que opté por la clásica posición de montaña: sentado en la punta del sillín, con los antebrazos paralelos al piso y el mentón lo más bajo posible, para desplazar el peso hacia adelante y evitar que la bici “se nos pare de manos”. También coloqué la transmisión “en revoleo”: plato chico y piñón grande, sin velocidad pero con mucho torque para salir, por lo que las piernas giran muy rápido. Así avancé despacio y agazapado sobre el manillar, disfrutando de esos momentos únicos.
Breves bajadas alternaban la trepada hasta que llegado a determinada altura el camino
empezó... ¡con la parte loca! Subí las relaciones de piñón y corona, acomodé mi cuerpo más atrás y las curvas se venían encima. Delicia pura, los árboles pasaban a mil mientras hilaba la trayectoria entre curva y curva, despidiendo cascotes y alternando con algún derrape cuando la adrenalina me pasaba de rosca. Y en pleno desmadre me encuentro, entre curva y curva, un poblador que venía subiendo con un Renault 12, casi
me compro un espejo retrovisor con mi puño izquierdo, pero decidí seguir bajando…
Nota publicada en la edición 524 de Weekend, mayo de 2016. Si querés adquirir el ejemplar, pedíselo a tu canillita o llamá al Tel.: (011) 5985-4224. Para suscribirte a la revista y recibirla sin cargo en tu domicilio, clickeá aquí.
19 de mayo de 2016
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