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CAZA | 23-04-2013 11:01

Caza con arco, un nuevo reto

Esta sigilosa actividad requiere tener los sentidos bien atentos, para no espantar a la presa y lograr un buen disparo. Galería de imágenes.
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La caza con arco nos remonta a momentos ancestrales que datan de más de 5000 años. Es un deporte que requiere de mucha precisión, constancia, práctica, paciencia y, por sobre todo, nervios de acero. El primer arco con poleas fue creado por Holless Wilbur Allen alrededor de los años 60, en Estados Unidos.

Desde ese momento se considera al arco compuesto el más apropiado para realizar la actividad cinegética. La potencia o fuerza del arco se mide en libras: una libra equivale a 0,45 kg. Actualmente podemos encontrar gran variedad en el mercado, depende de cada cazador y de sus necesidades encontrar el modelo conveniente. Según los reglamentos, la potencia de nuestra arma debe estar entre las 50 y 70 libras.

El axle to axle (medida pala a pala) se definirá según la geografía de nuestro lugar de caza. Si caminamos entre montes, esteros y sitios donde la comodidad no es el fuerte, esta medida tenderá a ser menor. En cambio, si elegimos cazar en lugares como campo abierto, praderas, etc., el largo no será preocupación. En cualquiera de ambos casos, una medida recomendable de arco debe rondar desde 30 a 36 pulgadas. Y si bien la velocidad es imprescindible, hoy en día se la puede combinar con efectividad y penetración gracias a los distintos tipos de flecha.

El Barrancas

Para iniciar esta cacería quedamos en encontrarnos en la estación de servicio de Feliciano, Entre Ríos. Allí nos esperaría Onofre Miller, nuestro guía (N. de la R.: el autor de la nota tiene 17 años y viajó acompañado de su padre). Después de presentarnos decidimos tomar camino hacia el coto de caza que nos propusimos como destino. Para ello cruzamos hacia la provincia de Corrientes, y entre cuentos y verdades llegamos primero a la localidad de Sauce, y 30 km después, al lodge.

A las 6 de la tarde, junto al ocaso, vi un cartel inolvidable: “El Barrancas”. Esas dos palabras ya me hicieron empezar a sentir la adrenalina de la jornada. Jorge Iglesias, el propietario del lugar, nos recibió amablemente. Descargamos el equipamiento de la camioneta y decidimos que comenzaríamos con la actividad cinegética en la próxima mañana. Serían dos días al rececho, no sólo porque el lugar era indicado, sino porque este tipo de acercamiento al animal tiene otro sabor: la recompensa es inigualable.

Primer día

Preparamos los equipos, nos hidratamos y empezamos nuestro rececho. Hugo sería mi guía, ya que conoce estas tierras mejor que nadie. Dejamos los cuatriciclos en una de las picadas del campo, comenzamos a caminar y a los pocos minutos divisamos movimientos entre la maleza. Era un grupo de corzuelas, tomamos fotografías y seguimos. Tras pasar unas horas pude ver el primer ciervo, por desgracia, hembra. Como el calor estaba haciéndose presente, decidimos volver al lodge para programar la actividad nocturna.

Durante el almuerzo –un asado preparado por Onofre, quien además de ser guía de caza mayor y menor es el ordenador del coto–, hablamos con Jorge, experimentado cazador con trofeos internacionales, dueño de El Barrancas Hunting Lodge. El nos indicó unos lugares donde parecía haber rastros de un axis grande. Acordamos que el horario de salida sería a las 18. Después de una siesta, partimos para el monte que linda con el arroyo que posee el coto, donde pudimos observar carpinchos, yacarés y hasta un grupo de chanchos, pero los axis no estuvieron presentes esa noche.

Dos cuadrillas, dos machos

En nuestro último día de caza nos levantamos antes de que el sol asomara. Estábamos dirigiéndonos hacia una de las picadas con los cuatriciclos cuando de repente Hugo para y señala el monte. “Mirá que hermoso macho”, me dijo. Se encontraba a unos 80 m cuando advirtió nuestra presencia y, tranquilo, se volvió a meter entre la espesa vegetación. Entramos para ver si lo podíamos encontrar.

Siento un codazo y levanto la vista: otro macho a unos 45 m. Estaba por tensar el arco cuando una hembra que nos habría venteado apareció de la nada y asustó al gigante. Seguimos caminando y nos topamos con una cuadrilla de 13 cervatos, tras observarlos y tomar fotos volvimos, pero antes de llegar a los vehículos detectamos otra cuadrillita de cuatro hembras tomando agua en el arroyo. Disfrutamos de la naturaleza, nuevamente fotos y volvimos a la casa.

Almorzamos y nos quedamos en la barra del lodge programando la última salida nocturna. Jorge me recomendó arriesgarme a cazar un chancho. Tras el pajonal había osadas frescas que indicaban presencia de un grupo grande. Salimos temprano, vimos algunas corzuelas y carpinchos. Al caer la noche nos adentramos caminando al pajonal, los oíamos, pero no los podíamos ver, así que dimos la vuelta para encarar la maleza del otro lado. Ahí estaban: tres chanchos revolviendo la tierra en busca de comida. Se ubicaban a 50 m exactos marcados con el telémetro.

El camuflaje y la paciencia hicieron que no nos vieran ni escucharan al acercarnos. Onofre y Hugo se quedaron quietos. Les hice seña de que iba a caminar unos metros más para asegurar el tiro. Vi al padrillo: estaba de frente. Esperé silencioso a que me dé tiro, tensé el arco... y la flecha entró por la tabla del cogote, bandeó trasversalmente al animal e impactó justo en su corazón.

Después de los tradicionales festejos, las felicitaciones y las fotos regresamos al confortable lodge, donde Silvina nos esperaba con unos deliciosos sorrentinos. Tomamos unos tragos para celebrar y nos fuimos a dormir. A la mañana siguiente nos esperaba un largo viaje de regreso.

Nota publicada en la edición 487 de Weekend, abril de 2013. Si querés adquirir el ejemplar, llamá al Tel.: (011) 4341-8900. Para suscribirte a la revista y recibirla sin cargo en tu domicilio, clickeá aquí.

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Marcelo Ferro

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