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AVENTURA | 27-06-2012 14:34

Expedicionario de corazón

Charles Brewer Carías realizó más de 200 expediciones a la selva y fue el creador de un cuchillo de supervivencia. Las experiencias de este aventurero del alma, en los lugares más recónditos del planeta.
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Detesta que lo comparen con Indiana Jones. Y tiene razón, porque es mucho, pero mucho más que un aventurero. Charles Brewer Carías responde al modelo de naturalista inglés del siglo XIX, que se aventuraba a lugares desconocidos y riesgosos por el afán de conocer más y más (su bigote y gesto británico contribuyen a esta imagen). Justamente, es el afán de descubrir lo nuevo, de ver lo que nunca nadie vio, lo que mueve a este hombre cuyo currículum dice que es expedicionario, paracaidista, nadador profesional, andinista, buzo, gimnasta, yudoka, instructor de supervivencia, escritor (12 libros) y fotógrafo. ¡Ah! Y también dentista. Como paracaidista dirigió, en 1968, el primer salto que se hizo desde una aeronave civil en Venezuela, y formó la primera escuela civil del país, pues hasta ese momento los saltos con paracaídas modelo 7-TU y 10-TU eran una cuestión estrictamente militar. Formó parte del equipo nacional de natación y logró tres récords para su país. Como andinista, fue considerado “el venezolano más alto” en 1965, después de escalar el Chimborazo. Antes había ascendido a todos los picos de los andes venezolanos.

A los 73 años mantiene su cuerpo en estado haciendo flexiones en barra fija, paralela y lagartijas tres veces por semana. También es capaz de correr y nadar durante una hora seguida, descender 20 m en el mar en apnea y sostener la respiración durante tres minutos; todas habilidades que, según asegura, deben tener los que integren alguna de sus expediciones a la selva.

Weekend: Usted estudió para dentista. Imagino que la primera idea era trabajar en el consultorio de su padre, en la ciudad. ¿Cómo se le ocurrió ir con los indígenas yekwana en plena selva venezolana?

Charles B. Carías: Mientras estudiaba odontología en la Universidad Central de Venezuela, estudiaba también en la Escuela de Biología y en la Escuela de Letras. Como premio por haber terminado mis estudios con las mejores calificaciones del curso (1960), mi padre me regaló un viaje a Europa, que duró tres meses. Cuando volví, escuché a un misionero que solicitaba asistencia odontológica para unos indígenas yekwana (o makiritare), y me embarqué con él para remontar el río Caura e ir a conocer el mundo de la selva que se me había abierto con un libro sobre las exploraciones del Coronel Fawcett buscando una ciudad perdida en el Mato Grosso, que justo había leído durante mi último año de la carrera.

W: ¿De qué forma esta experiencia incidió para que se convirtiera en un explorador-descubridor?

C.B.C.: Mientras estuve viviendo con los yekwana totalmente aislado –a un mes de navegación–, aprendí su lengua y me sumergí en una cultura donde el fin supremo era adquirir el conocimiento necesario para ser autónomo en la selva: saber cómo construir y emplear las embarcaciones, la casa, las comidas, las plantaciones, las medicinas, etc. Esa se convirtió en mi meta, y entré en un mundo que ofrecía otros valores: subsistir gracias a uno mismo y no a lo que uno pueda comprar en una ferretería. Así me fui convirtiendo en un explorador, a la vez que también ejercía como odontólogo y biólogo viendo cosas que nadie había visto antes. Me dio mucha satisfacción y sorpresa, por ejemplo, el haber sido reconocido por mis observaciones sobre los procesos que emplean cierta plantas carnívoras (Heliamphora sp), y la publicación que realicé sobre las especies de plantas alucinógenas de los yanomamö. Esto me estimuló para organizar la expedición para descubrir las cuevas del cerro Autana, en 1971, y la expedición para explorar y descubrir las Simas de Sarisariñama, en 1974, que son los abismos más profundos del mundo.

W: ¿Qué estado físico hay que tener para hacer sus expediciones?

C.B.C.: Para participar en una expedición de descubrimientos se debe estar preparado para cualquier eventualidad. Nadar largos trechos bajo el agua, resistir el frío, el hambre o la sed, saber construir embarcaciones, hacer nudos y soportar la altura son algunos de los requisitos.

W: ¿Estuvo alguna vez en situación de riesgo de vida?

C.B.C.: Uno no sale de expedición para exponer la vida. Sin embargo, han ocurrido percances inesperados, como que se vuelque una embarcación, que se estrelle un avión o sufrir aterrizajes forzosos, de los cuales puedo decir que he salido vivo en parte por suerte y en parte por la preparación física.

W: ¿Cuál es su definición de coraje?

C.B.C.: Yo entiendo el coraje como una actitud irracional ante el peligro. Por eso prefiero reunirme con individuos precavidos, cautelosos y audaces en la administración de su capacidad.

W: ¿Cómo hace para soportar con estoicismo y serenidad situaciones difíciles?

C.B.C.: La pregunta me hace pensar en el entrenamiento que uno adquiere en el día a día en mi ciudad de Caracas, que ha sido calificada como muy peligrosa debido a la delincuencia. En este contexto, para mí estar en una expedición deexigencia extrema y con todo tipo de restricciones y riesgos posibles en medio de la naturaleza es más fácil de sobrellevar que vivir en la ciudad.

W: Quién financia sus expediciones?

C.B.C.: Solo dos expediciones fueron financiadas por organismos internacionales y nacionales. Todas las demás han sido autofinanciadas, es decir, que cada uno contribuye con la parte equitativa que le corresponde, tanto de los alquileres del helicóptero, de las avionetas, como de la comida.

W:¿Cuál fue la última expedición y cuál será la que viene?

C.B.C.: En abril del año pasado estuve sobrevolando nuevamente la meseta de Sarisariñama, donde en su cumbre se encuentran grandes y profundos abismos. Luego fui al poblado de Canaracuni, de la etnia yekwana, para saludar a algunos amigos indígenas. La próxima expedición se realizará en marzo y la dirigiré a ubicar nuevas cuevas en el Macizo del Chimantá, donde en 2004 encontramos las cuevas más grandes del mundo en cuarcita.

W: ¿Cómo es un día de su vida?

C.B.C.: De lunes a lunes me levanto a las 4:30, sin despertador, y de inmediato comienzo a escribir hasta las 6:30 am. Tres veces a la semana me interrumpo a las 6 am para ir al gimnasio y hacer los ejercicios que considero como una inversión en salud y estabilidad. Durante el resto del día sigo escribiendo y leo sobre historia o artículos referentes a mi trabajo. Por lo general, ya me he dormido a las 9:30 pm. En cuanto a la comida, no dependo de algún alimento. Hay algunos que me gustan mucho, y por eso mismo no los consumo, como el helado de chocolate: trato de educar a mi cuerpo constantemente para que no dependa. No me molesta sentir sed y muchas veces me duermo sintiendo hambre.

W: En esencia, ¿por qué hace lo que hace?

C.B.C.: Porque siento seguridad y satisfacción haciéndolo. Siento que esta disciplina, al igual que la instrucción en general, me hace diferente a los demás; no considero mi vida como una actitud de sacrificio, sino como otra forma de complacerme con lo que valoro. Lo entiendo como una forma de personalidad que cultivo. Digamos que me gusta sentirme dueño de mí mismo y también de mi entorno.

Nota publicada en la edición 473 de Weekend, febrero de 2012. Si querés adquirir el ejemplar, llamá al Tel.: (011) 4341-8900. Para suscribirte a la revista y recibirla sin cargo en tu domicilio, clickeá aquí.

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Lorena López

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